Hace un par de noches, a mis 35 años, me hice mi primer tatuaje visible para el mundo. No es mi primer tatuaje, por eso subrayo lo visible. Tengo un par en las muñecas cubiertas siempre por mangas largas o pulseras, tengo uno en el pecho debajo de la clavícula que solo juzgan doctores o fantasmas, y uno en la espalda del que acabo de acordarme ahora.
Éste no es como ninguno de ellos, tatuajes míos que fuera de la cama nadie se hubiera enterado que los llevo encima. Éste lo he dispuesto deliberadamente en el costado izquierdo de mi cuello, grande, redondo, donde no hay camisa que lo cubra ni suegro que no lo juzgue. Un rayón feo y garabateado como afrenta contra lo bello, y sin embargo ¿quién en pleno 2022 se prepone con el derecho de decirle a otra persona qué hacer y qué no hacer con su cuerpo?
Mi tatuaje es una estupidez, no como los anteriores que obedecen a una regla intrínseca e irreprobable de mi concepto de tatuaje. El tatuaje es una cicatriz que hemos elegido tener, dijo alguien en algún libro que no pienso levantarme a consultar ahora, porque quien quiera que sea también está equivocado. El tatuaje gemelo que llevo en las muñecas, por ejemplo, representa una parte de mi formación adultescente, cuando todo lo que había hecho y estudiado en mi vida no tenía sentido en el siglo XXI y sin embargo el mundo (mi gobierno y mi familia) me prometía arcas de fortuna si cumplía con esos requisitos. Ese mínimo 6 en matemáticas, ese volver a la casa antes de las 10pm, ese te levantas para irte a la escuela aunque te muelan a golpes porque yo digo que vayas a la escuela aunque te muelan a golpes. Mis tatuajes en las muñecas son una especie de encadenamiento que he convertido en meditación de mi propio infortunio que no es mío sino el de millones de adolescentes como Jonathan Davis o Ufuoma Yurie.
De modo que soy un convencido de que el tatuaje simboliza algo. No digo que el tatuaje deba simbolizar algo, digo que el tatuaje simboliza algo. Un tatuaje grotesco, sarcástico, encriptado, costoso y barato son un mensaje que queremos exponer de manera permanente. Cuando te tatúas el nombre de tu novia no te estás tatuando a tu novia, te estás tatuando la ilusión del amor, la figura erótica del otro, la nomenclatura de lo que tú creías era la felicidad. En algún post vi un tatuaje de Bob Esponja en forma de gallina con el lema “TaTtoOs HaVe to bE mEaNinGfuL” a manera de arremedo o provocación a quienes creemos semejante discurso, y es ese tatuaje el que me da la razón de lo que estoy diciendo: el tatuaje no significa nada, pero es en sí un discurso. ¿O no sabemos ya algo, a partir de este tatuaje de Bob Esponja, sobre ese anónimo que se lo ha tatuado y lo ha subido a internet para que todos nos enteremos del mensaje? ¿No es eso, de una manera pessoanesca, contradictorio y a la vez cargado de toda la razón?
Pues bien, visualizando el mensaje y no el significado, y bajo la experiencia anterior del deber explicar qué significan mis tatuajes en las muñecas, me he hecho el garabato redondete y asimétrico en el cuello donde nadie en cinco metros a la redonda pueda ignorarlo. Quiero que me pregunten por mi tatuaje en el cuello, un tatuaje descompuesto y dibujado por un zurdo desde una mano derecha. Oye, ¿qué significan tus tatuajes en las muñecas? Me preguntan cuando alguien vislumbra las pequeñas muñecas que tengo tatuadas en las muñecas. Aah, respondo, significa que tengo muñecas en las muñecas, y levanto la mirada con rostro de punchline como si esperara risas grabadas o un redoble de tarola. Desde ahí obtengo dos respuestas posibles: 1) la persona se ríe conmigo, sabe que eso que acabo de decir es una estupidez aunque sea cierto. Samuel se ha tatuado muñecas en las muñecas para poder decir que tiene muñecas en las muñecas. Un chiste barato por el que no vale la pena tatuarse absolutamente nada, como aquella viñeta de Cyanide & Happiness donde un sujeto se corta el brazo y pierna izquierda para poder declarar con certeza absoluta “I’m all right”. Es gracioso pero estúpido y solo una caricatura como ésa, o como yo, podría hacer semejante cosa. Qué baboso. 2) El cuestionatario en cuestión hace una mueca de fastidio infalsificable, como contagiado por la estupidez antes de haberla inteligido, y me tacha de estúpido, irreverente y poco necesario para la continuidad de la charla. Ante cualquiera de estas dos reacciones, la chida y la mamona, derivadas también por la relación que haya con la persona que pregunta, viene de mi parte una contrarrespuesta en la que, según mi interés por la relación con la persona, conservo el chiste sin gracia que compré por los $1500 que me costaron los tatuajes, como un chiste one hit wonder con el que le sujete me recordará para siempre, o me dispongo a reírme de la tontería y procedo a explicar el valor auténtico del tatuaje en tema. Explicar ese particular tatuaje da un poco de pereza y miedo social, porque simboliza, como dije antes, un momento en mi desarrollo adultescente donde necesitaba de un par de muñecas para mantenerme mentalmente sano. Si la persona me importa lo suficiente como para explicar el evento que precede al tatuaje, con gusto olvidamos la gracia como una prueba fehaciente de mi comedia muerta, y relatamos la historia, de la que esconderé un par de detalles a menos que la persona los pida, así sabré que realmente está interesada en mi formación o sólo tenía curiosidad. En la contraparte, si le sujete hace su mueca y me da la espalda, habréme ahorrado una amistad innecesaria y podré seguir tomándome mi cerveza sin mayor intervención dele extrañe aquele.
En el caso anterior y mejor, la conversación dará pie a que la noche tenga un tono y una justificación de haberla pasado ahí en ese bar o esa fiesta y no en la cama masturbándose. La pregunta que le deriva es que, o yo pregunte por tatuajes de la contraparte a manera de intercambio de relatos, o la persona misma pida más historias como las de las muñecas en las muñecas. Entonces pasamos al tatuaje de la clavícula y tocamos temas de música, de versos, de religiones, de ta ta tá, y la convivencia se dispara a partir de la elección de mi contranauta que ha decidido escuchar la historia.
El tatuaje que me hice en el cuello pretende invitar a la otra persona que no quiso escucharme, la que en su dimensión me hizo una mueca de imbécil y me dio la espalda. El tatuaje en el cuello es una carnada para ése que no vio a las muñecas en mis muñecas y que irremediablemente caerá en el juego del chiste estúpido y desde ahí estará forzado a entablar un duelo conmigo: ¿estás escuchando lo que yo te estoy diciendo o lo que el tatuaje te está diciendo?
Para disipar ya toda incógnita, porque sin duda mi lector que ha cumplido el hito de este párrafo está o con la esperanza de que describa el mentado tatuaje, o lo deje para siempre en el limbo infame del final abierto, describiré qué ocurre con el rayón evidente del cuello, lo bastante arriba para que sea visible pero lo bastante abajo para que no me hagan jetas en las fiestas sociales.
Mi tatuaje del cuello es una silueta rechoncha y enorgullecida de la cintura, un globo a medio aire y que sin embargo parece que aún puede flotar. Tiene un cierre de silueta mal cerrado que sin embargo cierra a la fuerza, como si la mano se ajustara al error para poder terminar el dibujo aunque sea sabido, por la mano misma, que el trazo no se puede terminar. Sin embargo la silueta cierra la forma del globo con un corte triangular, incómodo, inoportuno, forzado, pero al final la silueta cierra, y la mano termina con una sensación de haber conseguido algo a pesar de las dificultades o de la humillación de saberse incapaz de dibujar un círculo perfecto. La circunferencia es clara, está realizada, bajo las capacidades y limitantes de la mano o la persona que ha hecho el trazo torpe, desfigurado pero completo.
Ésta es la explicación que le cedo a usted lectore, que ha dedicado su valioso tiempo en leer hasta acá en lugar de escrolear contenido de tiktok donde debería haber contenido de twitter, o cuatro ads por cada platillo que se come un amigo al que ya no frecuenta. Así es como luce el tatuaje de mi cuello, una silueta que ante todo pronóstico plástico consigue cerrarse, y que al verla de lejos carece de estética o sentido, pero tiene forma y representación evidente, tan evidente que se convierte en un tatuaje en mi cuello y el motivo por el que llegamos a estas líneas de este apartado.
Pero, para el inmortal que viene de otra dimensión a mi dimensión, y no ha visualizado esa abstracción piccasa antes, le devolveré su pregunta del qué es con otra pregunta: ¿Quieres que se lo muestre al gato para que él te diga lo que es? Porque hasta un gato lo sabría. Y entonces vendría la dualidad de respuesta que ya he representado en el ejercicio anterior de las muñecas en las muñecas.
Ante mi contra pregunta sólo puede haber una respuesta acertada, no necesariamente correcta sino acertada. A esa respuesta que debe ser la acertada puedo darle la continuidad inversamente proporcional a las muñecas. Si las muñecas, por ser un chiste claro recibo un rechazo, el posterior por ser un chiste oscuro debería recibir una aceptación que en el acto conllevaría a la confirmación de la charla que el chiste oscuro provocaría. Cultura pop, igualdad de generaciones, incluso tiempo en internet, la respuesta acertada haría el vínculo de todas esas circunstancias y yo podría gritar entonces ¡Dignidad! ¡No sabes lo que es la dignidad cuando la ves!
Y entonces, para confirmar una plausible amistad significativa, la otra persona me contestaría…. tú me contestarías…
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