quinta-feira, 7 de janeiro de 2010

Día de suerte

Crónica de un sueño que tuve esta mañana.


Fernando era un guaripudo ranchero de ésos botudos que pulúan en el norte. Gordinflón, bigotón y pesado, con todo y la difícil persona que era llevaba ya un par de meses saliendo con mi hermana.
Yo nunca fui celoso con los novios de ella, siempre me preocuparon poco. Fernando sin embargo, aunque no muy adulto que digamos, era uno de esos narcos menores que había que tolerar en tu casa porque tu hermana así lo pedía. Tampoco era que me molestara mucho, yo no estaba viviendo en casa de mis padres, así que lo que allá pasara no me incumbía del todo; debo decir que incluso me sentía más aliviado porque, desde hace algunas semanas para acá, Fernando se había dado a la gentil tarea de ampliarle la casa a mis padres, por lo que toda la cocina, estancia y entrada principal estaban provisionalmente destruidas.

-Hijo- me llamó esta mañana mi madre por el teléfono -ahí va Fernando por ti para que lo ayudes a traer unos cementos a la casa.
En pleno domingo, justo los días que me gusta descansar solo en mi departamento. Ni hablar. Me levanté medio frustrado e irritado. Para ser honesto, Fernando me inspiraba, a distancia, un poco de miedo, no porque fuera un narco, detalle del que por supuesto no se hablaba en la casa, sino porque su forma de ser, así recta, machista e inquebrantable, chocaba mucho con la mía, un poco más flexible y discreta.

Fernando, pues, llegó a mi casa en una Ranger plateada, con su música banda anunciándolo a cuatro cuadras antes. -Ámonos, cuñao- exclamó el hombre mientras se bajaba de la camioneta. Yo ya lo estaba esperando en la puerta de mi sitio, pensando en que el encargo pasaría rápido.

Pero todas mis ideas se nublaron cuando al abrir la puerta de la Ranger, vi descansando entre los asientos una enorme escopeta negra y brillante aparentemente recién adquirida. -¿Qué tal la nueva fusca, cuñado? Aduló aquél luego de subirse por el otro lado. -Es de doble acción y todo. N'ombre, está rebonita la cabrona. Éstas nomás las traen los militares- Decía con orgullo mientras la frotaba con la franela que tenía encima, después volvió a ponerla ahí, entre los dos, como luciéndola para ambos como si yo gozara de lo mismo.

Todo el camino rumbo a la comercial quise ignorar el arma de enseguida. La tenía presente en mi cabeza, y me molestaba el hecho de que Fernando siguiera platicando como si aquello junto a nosotros no fuera nada más que una caja de zapatos nuevos. -Pues sí cuñao, cómo ve que me caso con su carnala- -¿Ah sí? Respondí medio sorprendido. -Ei. Está empanzonada la güey-.
Volví a guardar silencio. No podría darle felicidades, ni gemir un "uta madre", ni mucho menos estar muy contento por el destino de ella, pero ni modo, mi hermana lo tuvo que haber previsto.
-Ahí al rato le digo a la suegra. Que sepa que no le va a faltar nada a la chaparra. Por lo pronto amos a subir esas madres-.

Ya que nos habíamos estacionado, me disponía a bajar de la camioneta, pero noté que Fernando iba a preparar otra cosa primero. Sacó entonces del bolsillo un pequeño paquete de cocaína que traía para su uso. Ante mi cara perpleja de verlo  ahí, inhalándola en pleno estacionamiento de la comercial, Fernando le dio todavía una segunda aspirada aún más fuerte. -Ámonos pues cuñao, que están repesadas esas madres y son un chingo- dijo luego de sonarse la nariz, y se bajó del mueble. Lo seguí callado, entendiendo que mientras menos alboroto haga al respecto, más rápido saldré de ésta.

Fuimos entonces por el encargo, y comenzamos, en absoluto silencio, la ardua y nefasta tarea de subir todos los costales a la caja de la camioneta una por una.
Ya justo que terminábamos y exhalamos el último suspiro de alivio, se nos aproximó apresurado un joven con un pequeño frasco en la mano. -Buenas, jefe. Aquí le andamos promocionando la nueva loción para caballero Houston Flex, treinta pesos el frasquito, es fragancia blue blossom-. -Nonono, ahí pa' la otra- resolvió el guaripudo. -Es una fragancia muy fina jefe, de veras, pruébela nomás pa' que vea qué rico- -Que no, chingao- -Se lo juro jefe, le va a gustar, es importada- -¡Ah con una chingada pues, ¡Qué no! ¿no entiendes, cabrón?!-
Yo retrocedí un poco. Si no me agrada Fernando cuando está de buenas, mucho menos así, cansado, enojado y drogado.
-¡¿Eh?! ¿Eres estúpido o qué chingaos?- Prosiguió la agresividad del ranchero contra el muchacho que también se tomó la ofensa. -Uyuy jefe, tranquilo, pos' si quiere no y ya- -¡Gánale pues a la chingada, morro, o te quiebro aquí mero-.
Fue entonces que Fernando dejó mostrar un revólver incrustado detrás de la enorme hebilla que traía puesta. Apenas era para amenazarlo, como perro que enseña los dientes. Ciertamente estábamos cansados, lo que menos queríamos era pelearnos con un muchachito en un estacionamiento por no sé qué bobada, pero no era para tanto. Lamentablemente, el muchacho quiso verse más valiente y poniendo a prueba su suerte, sonrió y le dijo -No mame, jefe. Esas cosas son para matar de a neta, no para andar ahí de mamón.-
La cara que hizo Fernando se me grabó de inmediato. Torció su bigote, abrió bien los ojos como no creyendo lo que había oído, y frunciendo el ceño, sacó el arma del pantalón y le atestó 3 balazos rápidos y mortales.
¡Bam, bam bam! -¿Quién es el mamón ahora, eh, pendejo?

Yo estaba impactado. No podía mover un músculo. Fernando tranquilamente guardó el arma y abrió la puerta de su camioneta; antes de entrar me echó una mirada penetrante como esperando a ver qué es lo que yo hacía. Quería irme corriendo, pero tenía miedo de recibir un balazo por la espalda de un Fernando que no estaba de humor.
Decidí subirme al auto callado, con la cabeza baja. Fernando arrancó el motor en total silencio, pero dejó la camioneta sin mover un rato, respirando hondo con los ojos cerrados, como recobrando la calma. Yo quería irme como sea, pero sentía que si le decía "arranca ya", además de convertirme en absoluto cómplice, estaba firmando también mi muerte. Así que lo dejé en paz con su silencio, esperando a ver qué hacía.

No pasó mucho tiempo para que nos alcanzara una patrulla. Fernando salió entonces de su trance y abrió los ojos. Yo temblaba de nervios, no podía articular nada, me dediqué a ser sólo un testigo que estaba ahí sentado. El oficial se acercó a la ventanilla empuñando su arma. -Salgan del vehículo, rápido- Nos indicaban desde la patrulla. El oficial que se había aproximado apuntó su arma hacia Fernando pidiéndole que se bajara con las manos en alto. Fernando seguía inmutado, pero no como yo, su mirada era más bien como ideando algo para salir de ésa. La mía estaba bloqueada por un miedo que nunca había sentido.
-Bájese y entregue esa escopeta- Señaló el oficial que por la ventana había distinguido el fusil entre nosotros. Fernando la volteó a ver, la tomó con ambas manos, y no sé si fue por el peso del metal que lo llenó de hombría, o si de plano así es como lo había pensado, pero con todas las de perder, con el arma empuñada le dijo -Pues cómo ve que no le doy ni madres- Y en un rápido movimiento, cargó el arma y disparó contra el policía, quien cayó muerto bajo el sonoro impacto de aquella escopeta militar de Fernando.

Yo ahí no pude soportarlo más. Antes de que otra cosa pasara, de un golpe abrí la puerta de la camioneta y me di a la fuga. -¡Hey, a dónde vas, cabrón!- Gritó Fernando a mis espaldas. Intenté correr más a prisa pero sólo pude escuchar su revólver dispararse de nuevo; esta vez a mi contra.

Tras recibir dos balazos en la espalda, caí de boca en el asfalto.
Ahí derribado, a punto de cerrar para siempre los ojos, me encontré tirada, entre las piedrillas negras del pavimento, una moneda de diez centavos.