sexta-feira, 19 de março de 2010

El informe sobre ciegos.

O todo el mundo está loco
o Dios es sordo.
-Enrique Búnbury.

Siempre me preocupó el problema del mal, cuando desde chico me ponía al lado de un hormiguero armado de un martillo y empezaba a matar bichos sin ton ni son. El pánico se apoderaba de las sobrevivientes, que corrían en cualquier sentido. Luego echaba agua con la manguera; inundación. Ya me imaginaba las escenas dentro, las obras de emergencia, las corridas, las órdenes y contraórdenes para salvar depósitos de alimentos, huevos, seguridad de reinas, etcétera. Finalmente, con una pala removía todo, abría grandes boquetes, buscaba las cuevas y destruía frenéticamente: catástrofe general. Después me ponía a cavilar sobre el sentido general de la existencia, y a pensar sobre nuestras propias inundaciones y terremotos. Así fui elaborando una serie de teorías, pues la idea de que estuviéramos gobernados por un dios omnipotente, omnisciente y bondadoso me parecía tan contradictoria que ni siquiera creía que se pudiese tomar verdaderamente en serio.

Al llegar a la época de los asesinatos y cruentos del país, había elaborado ya las siguientes posibilidades:

Dios no existe.
Dios existe y es un canalla
Dios existe pero a veces duerme; sus pesadillas son nuestra existencia.
Dios existe pero tiene accesos de locura; esos accesos son nuestra existencia
Dios es todopoderoso pero no omnipresente. No puede estar en todas partes. A veces está ausente ¿en otros mundos quizá? ¿En otras cosas?
Dios es un pobre diablo, con un problema demasiado complicado para sus fuerzas. Lucha con la materia como un artista lucha con su obra. Algunas veces, en algún momento logra ser Goya, pero en general es un desastre.
Dios fue derrotado antes de la Historia por el Príncipe de las Tinieblas. Y derrotado, convertido en presunto diablo, es dos veces prestigiado, puesto que se le atribuye a él este universo calamitoso.

segunda-feira, 8 de março de 2010

Justificando la inconsistencia

Reacomodando hoy mi habitación encontré mi viejo curso de lectura rápida que inicié en Chihuahua y que nunca terminé de hacer. Recuerdo bien a mi asesora de lectura (egresada del ELPAC por cierto) que nunca entendió el problema que tuve para avanzar el curso. Ella decía que durante las primeras semanas del tratamiento me enfocara única y exclusivamente a pasar los ojos sobre toda palabra que leyera, y que me olvidara de entender, por lo pronto, la lectura hecha en sí. Yo entonces le decía que eso me era imposible, porque en las clases estaba obligado a entender las lecturas que hacíamos. (o a ver, traten de leer a Erich Fromm hechos la madre y luego escriban un ensayo sobre la teoría, a ver si es cierto).
La feliz asesora dijo entonces que me las ingeniara, pero debía leer sin entender para pasar a la siguiente fase.

Era hacerle caso, o reprobar Teoría Literaria.


Total, nunca pude terminar esa primera fase que era leer antes que entender. Juro que hacía el esfuerzo; me chutaba los cuentos de Quiroga en dos minutos y los artículos del Selecciones se iban entre sorbo y sorbo. Ciertamente, ésos no importaban si los comprendía o no; nadie iba a aplicarme sus comprobaciones de lectura. Pero cuando se trataba de las lecturas de la escuela, estaba obligado a detenerme en cada párrafo, y digerir cada capítulo, ubicar cada personaje, y entonces toda esa atención que la escuela demandaba era un paso atrás en el curso.

La escuela pues nunca me permitió completar el feliz curso. Aun así me lo traje -ingenuamente- a Guanajuato para aplicarlo durante la maestría, y el efecto fue el mismo, o quizá un tanto peor. Metí entonces el curso a una caja y no volví a saber de él apenas hasta hoy.

Me volvió a la cabeza aquella afirmación que me había hecho durante la carrera hace algunos años, sobre el hecho de que no podré leer como Tim Burton manda, al menos no durante mi periodo estudiantil.
En definitiva, podré comenzar a leer a Nabokov, a Piglia, a Dumas, Bukowski y a toda la infinita lista de libros de mi casa hasta haber concluído, ironicamente, con mis estudios literarios.

Y esto a su vez me lleva a pensar en la paradoja del curso de lectura rápida. Este curso, aparentemente, sólo pueden llevarlo a cabo gente que no está interesada en leer, o al menos, no durante el medio año que dura dicho tratamiento.

-Y lo siento mucho- le dije a mi señora asesora. -Pero me es enteramente imposible suspender mi lectura durante tanto tiempo.