terça-feira, 24 de maio de 2011

Se van quedando solos, solos, solos.

Hoy por la tarde mi novia y yo nos dedicamos a ver la colección de The Matrix de principio a fin. Las personas cercanas a mí saben lo fanático que soy de la saga y que comprendo el concepto de punta a punta. Sí, llámenme geek o freaky pasado, pero tengo una fascinación por The Matrix que, como todas las aficiones, deseo compartir con mis amistades más íntimas.
Durante dicha velada con mi novia, dejamos enfriar un rato la laptop luego de correr 2 películas (el ventilador ha estado fallando y ocupa algo de enfriamiento para que pueda procesar el video); durante ese intervalo, me solté hablando sobre detalles mínimos, irrelevantes y casi hasta pendejos sobre The Matrix que pueden no ser muy obvios -o importantes- para quien ve los filmes por vez primera, y sin embargo yo quería contarlos de todos modos por el mero placer de darle una mejor extensión al contexto. Le hablé entonces sobre el festival del trigo, del anciano quijotesco, del trasfondo sobre X personaje, de los eventos ocurridos en The Matrix Online que nadie conoció (según sé, fui el único mexicano en tener este juego), y me sentí entonces como el clásico idiota que se adelanta a la película que estás viendo, o te advierte sobre una escena importante porque teme que no prestarás la atención debida.
Aunque sé muy bien que Argelia estaba escuchándome con todo gusto, no pude evitar pensar en que ya antes me había asaltado esta reflexión like a splinter in my brain driving me mad. Pensé en mi hambre por darles a conocer a mis amigos los secretos que iba desenvolviendo en The Matrix y que servían para saborear mejor la experiencia del concepto aunque a nadie le importara, como la vez que le marqué a Toto a las benditas 3 de la mañana expresándole mi emoción por un detalle que acababa de descubrir online. Pensé en mi colección y en los estudios que he leído y escrito explorando el asunto y en los detalles que nada más a mí me sorprenden y me complacen. Recordé la reacción "default" que recibo como respuesta cuando le doy mi correo a una persona:

-Oye, ¿y por qué la cucaracha no existe? 
-Es la cuchara no existe. 
-Aah yo pensé que era la cucaracha, hahaha... ¿y por qué la cuchara no existe? 
-Es una frase de Matrix, mi película favorita. 
-Aah, yo casi no entendí esa película. 

Y frustraciones así que cierran el circulo inmediato para convertirme un poco más en Pablo Castel.
Hasta cierto punto, entiendo que nuestras pasiones sólo las abarquemos nosotros mismos, y sería ridículo exigirle a la gente que las sienta igual. No busco yo propiamente eso, sino más bien quiero con esta entrada procesar un poco la sensación garrickeana que me asalta a veces y que se confirma cuando luego de una plática con alguien me dice 'eres muy bueno escuchando'. Por dios, ¿qué clase de plática fue ésa entonces?

Con el tiempo me hice a la idea de que mis lecturas y mis fascinaciones no iban a ser comprendidas ni escuchadas como yo hubiera querido, y esto sucede en varios planos de los gustos personales de cada uno. Me resisto a llamarlos gustos personales porque al llamarlos personales, o individuales, inmediatamente los siento vacíos y carentes de todo sentido. Soy de la idea de que las inquietudes y las fascinaciones deben ser compartidas y retroalimentadas. Al menos en lo que a mí respecta, tengo yo a veces la necesidad de mostrar las cosas que comprendo, lo que sé y lo que me complace del mundo, y mucho de eso, supongo, provoca en mí la necesidad por estar redactando. Esta necesidad provoca también, supongo, que lanzar pistas al aire como un libro en la mano, o con mi chamarra de Death Note, o mi dije de Korn, o mi ringtone de Silent Hill; y aunque no espero que todo el mundo sepa por qué algunas veces agito la pierna derecha, o por qué colecciono muñecas de porcelana, lo cierto es que tengo una inquietud por mostrarles a mis compañeros y a mis amigos las cosas que me apasionan de la vida con el fin puro de intercambiar pensamientos igualmente fascinantes.

Por eso estoy tan contento y le agradezco tanto a Argelia que se haya animado a ser mi pareja y a compartir con paciencia mis estupideces, para convertirlas así en nuestras estupideces, porque de ese modo yo también estoy para ella. Por eso tengo en exhibición mis libros, mis cuadros, mis blogs, como una forma de constante recordatorio de que todo lo que sé, lo que me apasiona y me llena la vida, es también una experiencia que ofrezco; esto es, creo yo, la mismísima esencia del porqué escribimos. Del por qué nos enamoramos.

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