Recuerdo el día que te llevé al
circo
¡Qué ganas las mías de subirte al
palco! Al más grande palco
para que vieras funámbulos como tú
en su pedacito de cielo,
donde serías un ciempiés magnífico
y donde yo sería tu araña.
Entonces nos sonreirían como a
otros animales,
nos enjaularíamos entre el vino y el
cine de miedo
(algo en tu mirada me da valor)
para cerrar la jaula con las
piernas,
arlequina bajo la carpa en fuga,
fumando cada cigarro que ganaste
abriríamos los labios y que la
gente aplauda;
aquí donde ellos ven rinocerontes
tú cabalgas a este unicornio de
metal y piedra
con su cara de imbécil
y tu cara de poeta
riéndonos del mundo allá tan lejos
como en el Tango.
Bailar a veinte metros, después
treinta y treinta más
entonces yo bufaría,
entre el humo de tus Marlboro
las fuertes ansias de cornarte.
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