Algunas tardes las madres miran al cielo
cuando cuestionan la bondad de las nubes
y contemplan la caída de la lluvia
el estrépito de una gota al tocar el piso
su guerra en estampida contra la arena.
La madre hará vigilia del ataque al suelo
y recordará los tiempos anteriores
cuando los marineros perdían sus botellas
cuando las brujas morían en las paredes
cuando tenían que bajar gente de la horca.
Recordará también esa lengua lastimada
el calor de una soga, una serpiente
se arremolina en la fragilidad de su cuello.
Ahora los ojos libres de los fieles
miran a sus condenados aturdidos
y celebran una especie de justicia de Dios
la misericordia y la soga tensa.
A la hora de abrazar al muerto
-al marinero, a la bruja, al ladrón de hogazas-
la madre sentirá el cántaro de la lluvia
como una incisión de cuerdas húmedas
que también quemarán sus mejillas
y caerán con violencia desde el cielo
como sus antiguos hombres y hermanos.
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