Tengo en casa un emulador de Dios.
Puedo virar al mundo, cambiar el oriente,
pongo al universo en exhibición.
Pretendo ser invisible con mis ojos
totales
y desciendo -caigo, me trompico- a tu
portería.
Soy un quietecito allí, fascinado por tu
ventana,
intento de presente que finge haber
llegado.
En mi emulador sí que sonríes;
imagino que te asomas y te mueves
en la ventana fija y que eres un fantasma;
error de un dios que pretende
con tus fotos, ser feliz para toda la vida.
Entiendo que jugar al mirón es absurdo
porque en esa idea fija: tú detrás de la
ventana,
es donde se acaba el mundo.
Lo demás carece de importancia
porque sólo tú tienes movimiento.
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