Me gusta que la gente me vea raro cuando tarareo Love of Lesbian.
Se ensambla una idea de propiedad, autoconocimiento,
como si Love of Lesbian fuera una idea que se me ocurrió a mí
y ando por las avenidas resoplando oh oh oh oh.
También me gusta malear las historias que Santi cuenta desde Barcelona;
El amante guisante es mi favorita, miro un asteroide y lo miro a él con toda su muerte al aire
y pienso en lo que tuvo que haber pasado en su cabeza dorada
para que el impacto contra el colegio de niñas fuera lo de menos.
Siao, sayounara, bye.
Luego pienso en Bala, ese gato con pata de perro
y me inundan unas ganas terribles de contarte lo que he visto:
El Oporto que bebí en Lisboa.
El circo ambulante en los callejones de Guanajuato.
El barco del Capitán Garfio en Disnelyandia,
Las meninas de Madrid.
Y entonces se me ocurre que quiero clases de baile contigo
(toda pena y aflicción pueden curarse bailando)
pero no sé cómo cantarte canciones al oído sin parecer un completo imbécil
o de cómo se sonríe para convencerte de ir a la pista
(un tango, una ranshera, un sharlestone)
porque lo haces bien, mover tus manos,
No sé cómo lo haces, por Dios, pero te mueves bien,
lo voy a reconocer.
Pero entonces imagino
que si pudiera llegar por atrás y preguntarte
¿cómo voy a continuar?
sería entre un llanto y una súplica adolescente
que ya no me va.
Entonces me limito a buscar un departamento
que tenga una azotea lejísimos con su serie de luces
y sus sábanas blancas de pintura
para invitarte, mejor, a gritar.
Mirá vos,
a mi edad me ha dado por oír mil voces.
Así pienso en cada tontería que no te dije,
como un mal español que le pasa lo mismo que a mí
porque yo también viajo por incendios de nieve
y me digo tantas cosas incapaz de transmitirte,
¡soy grito y soy cristal!
el párvulo, el shaval que te quiere llevar a sus conciertos y jugar contigo toros en la Wii;
el extra de una escena que no quiero hacer
deseando que nos recoja el tiempo para poder silbar
y vengamos luego a desear la reversibilidad de las noshes
en vez de pensar en los días no vividos
o de pedirte que golpees bien, que lo hagas bien,
porque si subo a mi azotea para arrojarte estos gritos envasados
alguien desde otra terraza te diría te amo.
Lo bueno de cantarte Love of Lesbian en el oído
sería esa coronilla que circunda tu oreja
y que luego muerdo como un lesbiano, dicen, de antojo.
Sientes mis lenguas, mis malas lenguas
y volverías a reírte de mi delirismo;
(relax, entertainment, estúpido guionista enfermo).
pero yo quiero decirte la verdad que veo en tus ojos,
que aún con esta vergüenza de piernas flacas y voz terrible
puedo llevarte a la pista de baile y decir
Míranos, no bailamos tan mal,
son los demás los que no saben
y desear que no quieras bajarte jamás,
que juntos hagamos trizas vestuario y letrinas,
y después las putas ganas de seguir el show
(¿recuerdas que te dije soy un caso extraño?).
Pero ahora, cuando tarareo Love of Lesbian
luego de una tarde lluviosa en el taxi
o de gritar desde esta azotea que no tengo
me relajo y pienso que lo llevas bien
que estás aliviada, que todo ha acabado bien.
Y te miro y me confundes con algún asteroide, un asteroide que ahí va,
y te imagino con tantos hombres, por Dios,
cientos de ectoplastas que no se quieren esfumar,
haciendo un ruido que sólo yo sé.
De modo que en vez de golpearte y buscar el décimo asalto,
tan fácil y tan simple,
me invento estos cuentos shinos para niños del Japón
aunque no del todo falsos;
por ejemplo,
alguna vez dije hoy voy a decirlo: cómo me amo
y tú escushaste otra cosa.
Si hubiésemos huido hoy,
la maniobra de escapismo que nos habíamos prometido los dos.
yo no habría enloquecido,
yo no habría subido a ver constelaciones de gente como un planetario
tú serías el grito
y yo el cristal.
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