Hace cinco meses que llegué a Puebla.
Junto con haber estudiado la maestría en Guanajuato y haberme comprado el Perfect Dark en lugar del Turok 2 en el 2004, venir a Puebla ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.
Puedo decir que mientras no vayan conduciendo un auto, la gente aquí es muy amable, cordial y atenta. Durante estos 5 meses he visto más actividades culturales de los que hubo en Chihuahua durante 25 años, y me da ternurita la paranoia urbana con la que caminan las doñas y señoritas; el centro es activo, lleno de familia, espectáculos y turistas, este lugar sí que merece aquel torpe eslogan duarteano "(X) Vive" que con tanta lástima quiere representar al estado más agónico. No se malinterprete, me gusta Chihuahua por algún sentimiento autóctono identidario y por los amigos que hice allá, pero en Puebla encontré una especie de precisión ubicacional, como algo que embona en seco, eso que faltaba, la satisfacción de meter un libro exacto en aquel espacio incómodo del librero.
Creo que esta pezenelaguacidad se debe en buena medida a la peculiaridad chihuahuense con la que me ven y me escuchan por acá. La calidad de vida que se tiene, vamos. Gracias a Puebla olvidé cuándo fue la última vez que me preguntaron aquel diario y engorroso "¿con eso de qué puedes trabajar?", y mis paseos por el centro son más productivos que sólo ir vagando por ahí; siempre me he de topar con un flyer de interés, un buen bar económico apacible, una librería cada tres cuadras, o un pulgar arriba cuando pongo a Korn en la rockola. Las preguntas que de repente me hacen aquí van más bien en función de mi identidad norteña: "¿allá qué se come?, ¿cómo aguantas el calor?, ¿no es peligroso?, ¿cómo le dicen allá a esto?" y me escuchan como sintiéndose afortunados de haberme conocido, como si estuvieran aprendiendo de mí. Yo también me siento afortunado entre ellos, más cuando sé que he atravesado por un montón de cosas para ganarme un lugar como éste; agradezco mi estancia en Puebla con respeto, y la gente a mi alrededor me trata con la misma cordialidad.
Es precisamente en la cordialidad donde un gesto muy específico de Puebla todavía no me cuadra o no termino de comprender del todo. Sé a plenitud que es un gesto de cortesía, una expresión gentil y afable, y sin embargo todavía me hace fruncir el ceño en extrañeza y me esfuerzo en cada ocasión por ocultar mi cara de ¿y eso qué es?
Sucede que al punto de las 2:00pm, no importa si en ese momento estás trabajando, leyendo, fumando o no haciendo nada en absoluto, la gente pasará y te dirá, sin más y sin aviso, "provecho", o peor aún, "provechito".
La primera vez que recuerdo haber escuchado un "provecho" fue con una chica con la que cené un par de veces en Guanajuato, pero su "provecho" tenía un peso mucho más intempestivo todavía; ella servía el plato, se sentaba frente a mí, me miraba fijamente con los ojos bien abiertos, y pronunciaba de una manera clara y tosca "Que te aproveche", como si quisiera que la expresión se imprimiera en el aire, con una densidad sonora y directa que me ponía nervioso.
¿Provecho, como en aprovechar? ¿Provecho de qué? ¿Qué significa? ¿De qué depende que la comida se aproveche o no? ¿...y ahora qué hago?
Es una expresión que jamás en la historia de los jamases se oye pronunciar en Chihuahua, ni siquiera en restaurantes. Lo entiendo como una especie de castellanización de aquel ridículo "bonapetí" que se menciona en las películas del canal 5, pero dado que el francés es por excelencia la lengua de mamones e insoportables, no le presté ninguna atención hasta ahora que llego aquí, al sur del país (no discutan, para nosotros todo es sur) y me topo con la cordial obligación de responder a decenas de provechos (o peor aún, "provechitos") a las 2:00pm, dentro o fuera de la oficina, con una precisión cronológica tan ritual y tan extraña en los mexicanos.
Nota: en japonés existe el similar itadakimasu, pero no es un equivalente. Esta expresión se usa exclusivamente para sí mismo y al momento preciso de tomar la comida. No requiere de ninguna respuesta ni se le dice a otras personas. Es una especie de reverencia directamente para el platillo propio.
Responder al "provecho" (o peor aún, al "provechito") es para mí particularmente un verdadero suplicio; no sólo me parece incómodo que me digan "provecho" cuando a esa hora estoy, por ejemplo, caminando al baño, sino que también me cuesta trabajo saber de qué manera se le responde a uno. Y es que yo no puedo contestar a un "provecho" con otro "provecho" (o peor aún, con otro "provechito") por tres importantes razones:
1) Aunque no tengo la certeza de qué significa esa expresión, ignoro si la persona que me lo dice se dirige, a su vez, a tomar sus sagrados alimentos (ojo, sagrados, esto es importante), o si se propone a hacer algo más antes de servirse. Aunque las 2:00pm sea la hora godín de la comida, hay muchas otras cosas que se pueden hacer en ese momento, como ir al banco, lavar la ropa, dormir una siesta, navegar en internet, fumar un cigarro (¿también se dice "provecho" cuando alguien fuma un cigarro?) o simplemente no salir a comer. Si efectivamente la expresión "provecho" significa algo así como espero que los nutrientes de tu comida sean bien asimilados por tu sistema digestivo, entonces habría que asegurarse primero de que la persona invariablemente se dispone a comer; de otro modo, si la persona no va a comer y el sistema digestivo no tendrá nada para aprovechar, entonces la expresión cae en saco roto y se convierte en un gesto ridículo, como decir salud si no se ha estornudado, o dar el pésame sin más cuando nadie ha muerto. Sacaría de onda, o estaría pirata, si yo anduviera por ahí diciéndole "provecho" a la gente, digamos por ahí de las 17:21pm, desentonando con todo el mundo; muy probablemente me mirarían con la misma extrañeza con la que los miro yo a ellos. ¿Provecho, por qué?
2) Incluso cuando efectivamente me encuentro comiendo, el que las personas se me aproximen por diestra y siniestra cada vez para enunciarme "provecho", "provecho", "provecho", me parece algo terriblemente invasivo que se planta en mi mesa. Así sea que me esté saboreando unas enmoladas con pollo y queso chipotle, o unas méndigas Barritas Marinela de la máquina, el "provecho" masivo me obliga a engullir el bocado entero y devolver, apresurado y con la boca llena, el mismo gesto encantador, de otro modo siento que el provecho se queda suelto, como cuando no te dicen gracias cuando dices salud; la incomodidad se vuelve más tensa todavía y adiós a mi enmoladas time. A veces pienso en tolerar la intervención y responder "igualmente", pero como dije antes, no tengo la certeza de que la persona vaya a consumir sus sagrados alimentos, y me parece un error asumir que por la hora así será (nadie es tan predecible... ¿o sí?). Entonces me quedo callado y otra vez me miran extrañados, como qué muchacho tan grosero. No hay salida.
En cualquier caso, mi peor y última opción para responder sería con otro "provecho" porque mi simpática sh de Shihuahua respondería en su lugar "provesho" y entonces vendría una siempre risita cómplice que ellos exagerarían para medio burlarse con cariño, "jijiji, provesssho", a lo cual tampoco sé cómo se responde: ¿me río, me ofendo, la hago de pleito? Ningún chihuahuense lo sabe.
3) Me he acostumbrado por tanto tiempo a comer solo y a mis anchas que me cuesta trabajo ponerle atención a otra persona, o a cualquier otra cosa que no sea un buen y especial Tasse de Soupe Chaude Avec Eau et Épicée Rouge (Maruchan con Valentina), por más amable que esta intromisión sea. Cuando como algo que está rico tiendo a hacer una sonrisa que desentona con la solemnidad de una mesa, tiendo a dejar migajas como un pajarito (qué fastidio, también, que digan comes como pajarito), y comer es para mí un momento particular y preciso del día en el que me meto (sobrio) en la supernova de mis pensamientos y trabajo en mis chaquetas mentales. Comer cuando se come es el secreto para ser feliz.
Apuntar: mientras más gente haya en la mesa, mayor es la probabilidad de que a alguien se le ocurra decir una payasada o asquerosidad. 8 de cada 10 personas calladas lo reconocen.
Es en la saciedad cuando mi atención al resto del mundo es nula, estoy en mi blank box, sólo existimos yo y los tacos de canasta con salsa verde, todo lo demás se puede ir derechito derechito mientras yo tenga un buen bocado mío de mí; no me quieran sacar un "gracias" que no siento, no me pongan a pensar con cuál tenedor se come, o si quiero una cuchara, o si los codos no van en la mesa, o si eso no lleva limón, o si provecho o igualmente, o gracias, o provechito.
No es que me moleste comer acompañado, pero he descubierto que se come mejor solo; quizá se deba a que he vivido a mis anchas desde hace más de 5 años y me gusta sorber la sopa fuerte, rica, con mi ruido y mi silencio. Aunque si soy más honesto conmigo mismo, creo que esta comodidad de comer alejado del mundo se me fue gestando desde que un primo que vivía con nosotros se sentaba en la mesa a la hora de comer y hacía muecas y se asqueaba de lo que yo me servía en mi plato. No quiero que suene a un trauma, con esto quiero más bien decir que encontré placer en la mesa amplia y callada, y no me parece natural andar por ahí metiéndose en la comida de los otros. repartiendo provechos y provechitos por todas partes.
Quien me conoce sabe que una de las sonrisas más sinceras que tengo es cuando disfruto de una comida deliciosa, unas buenas alitas con harto chipotle que las pruebo y quiero morir justo ahí, en ese instante en el que entiendo al zombie, sin la intromisión extraña (cordial, lo sé, pero al fin extraña) de quien me sustrae del escozor de mi lengua en pleno Nirvana.
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