—¿Quién me dará algo para fumar?
—Amigo, no llores por las noches, es hora de buscar lo esencial.
Alguien me dijo que hacías poesía
que leías a Kavafis y que fumabas de más.
Preguntaron también cómo hacías poesía
y nunca pensé en Kavafis
ni en tus libros de cabecera
pensé en tu tos
y en esos nuditos de tu barba
(marcas de cómo te abrazas solo y en silencio).
Luego te imaginé en el piso de tu cuarto
donde alucinas dioses de bolsillo y nieve de ventana.
Preguntaron cómo hacías poesía
y acerté en evocar tus alrededores.
Jesús no es un Jesús
cualquiera,
dije pensando en tus órbitas al cielo
ésas que subes cuando hablas pensando
o que cierras para sentir lo que Charly García
entre el humo y la sangre de mi casa.
Quise acordarme de tu voz ardiente
que me escupe el sopor y las penas.
Me acordé más bien de tus dedos largos
que me alcanzaron hasta el extremo del mundo
como pidiendo perdón
pero pidiendo también, mejor que nadie
que no me fuera, que no te odiara,
y escuché una voz auténtica:
Que no se mueran las cervezas al aire,
que no se mueran los polares en el desierto,
porque entre tantas mujeres caídas
tú y yo siempre estábamos
a la salud de ese nosotros.
Yo no sé cómo haces poesía, Jesús,
ni puedo sentir la resaca de tus viajes.
Te he visto convertir a personas en mesías
y hacer de mí un remedio de letrado
que lanza sus puños a una hoja de Word
como queriendo tener el alcance de tus dedos
en la guitarra, en las mujeres,
en los amigos que haces desde el cansancio de tus lentes
que celebra mis dibujos y fracasos
(mi manera de tomar que también es tuya)
porque tú y yo conocemos el pánico de estar solos
y hemos cantado al alba felices por ello.
Ahora me llevo tus palabras favoritas
con la tos y la risa de un poeta en guerra franca
y hablo de ti con la saudade de un mexicano
que juega Pokémon, Smash y otras tonterías
porque nosotros somos nuestra manera de ser nosotros
en los desiertos que ya no corresponden.
Jesús, cuando yo pienso en tu poesía
en realidad estoy pensando
en todo lo posible.
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