La Naranja Mecánica by Anthony Burgess
My rating: 5 of 5 stars
Cuando terminé el texto, me sentí triste por haberme confiado tan largo tiempo a la famosa versión cinematográfica de Stanley Kubrick. La tesis de Burgess en La naranja mecánica es mucho más sublime que lo expuesto en la pantalla, y además, apunta hacia lo contrario ahí dicho.
Basta remitirse al artículo que Anthony Burgess publica en 1986 (incluida en la edición de Minotauro del 2007 junto con un muy útil glosario nasdat-español) donde el autor explica que la película mutila de la obra literaria un capítulo clave para hacer de Alex un personaje verdaderamente humano. Burgess se lamenta de que Kubrick efectivamente presenta a un Alex cíclico, condenado y entorpecido, mientras que el Alex burgesseano es en realidad ascendente y constructivo gracias al capítulo 21 que impide que la obra se convierta en el círculo vicioso y sinsentido que Kubrick y la edición norteamericana quisieron mostrar.
Podría decir que La naranja mecánica es, en resumen, una cátedra para que entendamos que es naturaleza del adolescente destruirse con excesos y fascinarse por el caos y por lo sublime aun cuando no los entienda. Alex va de aquí a allá devastando al mundo que lo enseñó a ser así, y eventualmente es mecanizado por el mismo mundo para que, en sacrificio de su condición humana, no exista su acto delictivo. Esto es bien sabido por las facilidades que le ofrece al espectador la película, pero lo que ahí no se muestra es que Alex aprende finalmente qué es lo verdadero (sin preguntarse si eso es lo correcto) después de su gastada experiencia con la ultraviolencia: Esto es el acto de crecer.
Aunque sin entenderlo en su totalidad, Alex sabe que es propio del hombre eso nuevo que siente cuando se fastidia finalmente de ser un bebé destructor y amamantado. De pronto lo invaden unas ganas terribles de tener un hijo y de tener una mujer, y con ellos formar una vida bella, plena, y estas ganas resultan ser mucho más convincentes y naturales que las prácticas a las que fue sometido. Así, Burgess insinúa que no podemos interferir en el sentimiento propio del ser humano; por más que queramos, no podemos simular la naturaleza, no podemos tener en este mundo naranjas mecánicas como si fueran parte de nuestra existencia.
Termino la lectura de la obra con un sabor muchísimo más complaciente que lo entendido en la película, donde el final es pesimista y circular; es decir, Burgess en realidad trata de decirnos que el autodescubrimiento es también consecuencia natural de la destrucción del hombre, mientras que Kubrick insiste en que para el hombre (o para Alex en este caso) la destrucción es lo único absoluto en la vida. Pero ni Burgess ni Alex piensan así, y por eso invito a leer la novela por encima de la película de culto porque en ella se demustra que el albedrío es importante para la estabilidad humana, y que ésta no es una naranja mecánica que existe y existe y existe sin saber por qué.
"Sí sí sí, eso era. La juventud tiene que pasar, ah, sí. pero en cierto modo ser joven es como ser un animal. No, no es tanto ser un animal sino uno de esos muñecos malencos que venden en las calles, pequeños chelovecos de hojalata con un resorte dentro y una llave para darles cuerda fuera, y les das cuerda grrr grrr grrr y ellos itean como si caminaran, oh hermanos míos. Pero itean en línea recta y tropiezan contra las cosas bang bang y no pueden evitar hacer lo que hacen. Ser joven es como ser una de esas malencas máquinas".
(p. 193)
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