En 1997 Tim Burton escribió The Melancholy Death of Oyster Boy retomando la tradición de The Book of Nonsense de Edward Lear pero sólo para pervertirla a su propio estilo. Lo que en Lear son absurdos orígenes geográficos, en Burton son criaturas de una gestación contra natura.
En la escena introductoria de Batman Returns, Burton presenta al Pingüino como un monstruoso bebé cuya primera gracia fue matar al gato. Acto seguido, sus padres lo arrojan a las cloacas, con lo que podía conjeturarse que, de acuerdo a Burton, la monstruosidad era sólo un rasgo hereditario. El mismo esquema siguen sus historias rimadas en The Melancholy Death of Oyster Boy: en varios de los poemas, Burton describe con humor negro el disgusto de los padres ante un hijo amorfo, y con frío cinismo remedian la situación de la manera más irónica.
Los juegos de palabras son de una literalidad entre tierna y siniestra: Oyster Boy, en su cualidad de tener cabeza de ostra, es devorado por sus padres: “As he picked up his son // Sam dripped on his coat // With the shell on his lips, // Sam slipped down his throat” (p, 129). Match Girl enciende en llamas a su enamorado: “But could a flame ever burn // for a match and a stick? // it did quite literally; // he burned up pretty quick” (p, 125) y James, un niño que fue atacado por un oso grizzli, recibe de regalo un oso de peluche: “Unwisely, Santa offered a teddy bear to James, unaware that // he had been mauled by a grizzly earlier that year” (p, 132).
Además de las narraciones, y así como Lear, Burton se vale de las ilustraciones para equilibrar lo narrado por el poema y el eufemismo que el humor negro a su vez implica.
Con The Melancholy Death of Oyster Boy, Burton nos confirma un presentimiento sospechado ya desde sus primeras películas: su creatividad puede desplegarse en el plano del cine, del verso o del dibujo, y conserva siempre su sello único que lo define como el anfitrión de una extraña pero nada despreciable realidad modificada.
Este breve libro expone el ingenio de Burton para llevar a cabo, ahora en el discurso literario, su carnaval de personajes extraordinarios ya frecuentes en sus proyectos de cine. A su vez, y como ya se mencionó antes, el libro está apoyado por ilustraciones de técnica con acuarela hechas por el autor mismo y nutren de carisma y de espanto al personaje previamente descrito en los versos de cada apartado; este método, más que continuar la tradición de Lear, quizá se deba más a la resolución del autor para contrarrestar su inexperiencia en cuanto a poesía se refiere, o bien para dotar al libro de un ambiente aún más lúdico. Sea como sea, Burton termina exhibiendo personajes solitarios e impotentes que sufren las angustias, discriminaciones y tratos inhumanos que se dan como consecuencia de sus peculiares diferencias físicas. Robot Boy, por ejemplo, pasa de ser el ansiado hijo primogénito al bote de la basura de la casa: “And Robot Boy // grew to be a young man // Though he was often mistaken // for a garbage can” (p, 126). Mummy Boy es asesinado a palos tras ser confundido con una piñata: “Look, it’s a piñata // said one of the boys, // let’s crack it wide open // and get the candy and toys” (p, 134). Toxic Boy se asfixia cuando pretenden exponerlo al aire libre como a cualquier otro niño: “One day for fresh air // they put him in the garden. // His face went deathly pale // and his body began to harden” (p, 132), y Anchor Baby es un bebé que confina sus días al fondo del océano llevándose consigo a su propia madre “And she was alone // with her gray baby anchor // who got so oppressive // that it eventually sank her” (p, 137).
Habrá que señalar también que estas tragedias de carácter fantástico tienen un dejo de humor negro que minimiza o disimula el horror por el que pasan estos niños. La rima juguetona y los detalles simpáticos a los que Burton da prioridad por encima de la tragedia narrada (por ejemplo el hecho de que al irse al cielo, Toxic Boy deja un agujero en la capa de ozono, o que el verdadero problema de la niña con muchos ojos viene cuando llora), será lo que inscriba a The Melancholy Death of Oyster Boy en el acervo de la literatura infantil. Si bien la piedad que concluye en la mente del lector es apenas perceptible, la inocencia y la ingenuidad de los niños simpatizan con la lírica provista en el poemario y culmina en cada poema con una breve sonrisa que abandona en un segundo plano a la deformación y al infanticidio presentes en la obra.
Con esto, Tim Burton vuelve a definir las características propias de sus personajes inadaptados y enigmáticos que le han otorgado el prestigio de ser una institución oscura y gótica entre varios círculos adolescentes. Pareciera que su éxito, más allá de su habilidad como director de cine y diseñador de vestuario y escenografía, se debe en gran medida a la variedad de sus personajes retorcidos pero amistosos. The Melancholy Death of Oyster Boy funciona para este efecto, como un álbum familiar que Burton pone a disposición con la intención de expandir su planeta de seres extraordinarios al terreno de las letras.
Las alteraciones físicas de los niños que aquí Burton introduce son extremas e improbables, quizá sea ésta la justificación inconsciente que tiene el lector para no censurar al libro de cruel y despiadado; dado pues que ningún niño realmente nacería con una cabeza de melón, o no esperaríamos saber de una niña que así como así se transformó en una cama; los poemas disfrazan este sinsentido con varios juegos de palabras y con un humor inocente que, vistos objetivamente, no dejan de envolver al niño en terribles experiencias desafortunadas sea o no sea imposible la mutación por la que son definidos como claves del absurdo. No obstante, lo que se termina por retratar, finalmente, son niños tímidos y de carácter autista, con una complexión pálida y agridulce muy similar a la del propio Burton o a la de cualquier otra persona.
Los niños representan aquí el desajuste social, la injusticia venida de un cuerpo desacomodo que orillan a los personajes a ser tristes y calamitosos en relación al mundo de iguales que habitan en el texto. Inclusive en el último poema de apenas diez palabras, subyace un pensamiento o una insinuación de que estos niños sí podrían ingresar a las sociedades próximas a ellos, de no ser por la discriminación que les nace adjuntas a su deformación misma. Finalmente, el autor se muestra fiel a su universo de inventiva particular en la que se mezclan la crueldad, la ternura, lo macabro y lo poético. The Melancholy Death of Oyster Boy no es más que la versión literaria de lo que sus películas ya han venido trazando desde los sueños de Pee-Wee Herman hasta su adaptación umbrosa de Alicia en el País de las Maravillas.
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