quarta-feira, 17 de junho de 2009

Dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.
-José Martí.
.Y veo
Y vuelo.



José Alfredo Jiménez lo dice bien: "¿Quién no sabe en esta vida la traición tan conocida que nos deja un mal amor?"; porque, ¿a quién no le han roto por lo menos una vez el corazón? Y es que cuando el objeto deseado o amado desaparece, el dolor es tal que el pecho nos duele y falta la respración, falta la energía. Recordemos a Galdós, a Queiroz, a Flaubert y a otros tantos en quienes las heroínas se morían de amor, de tristeza y pesar, de tormento en el corazón.
Es inevitable, aunque nos cuidemos, aunque andemos alerta; a todos tarde o temprano, a todos nos llega el momento de sufrir el mal de amores, ése que nos hace sentir abatidos, resentidos, frustrados, furiosos. Pero el que se ríe se lleva, y el que se mete a enamorarse se arriesga a victimizarse y supone saber del desengaño; "Quién lo probó, lo sabe" diría Lope de Vega.
Y es que la delicia del amor nos hace ver al otro ser como alguien único, grande, maravillosamente fuera de este mundo. La pérdida entonces resulta la peor tragedia y la gran calamidad. Cuando perdemos a alguien, sentimos que el resto de la gente no importará jamás; la vida se vuelve difícil, seguir parece casi imposible. Ya lo decía Borges: "Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde".
La ausencia, la falta de ese alguien que hace sentir un vacío tan grande que a muchos nos ha conminado a hastiarnos de la vida. Cuando hemos construído todo en ese "otro", el hoyo se puede volver tan profundo y fatal, que nos impulsa a no querer querer otra vez. Lo sabemos de Werther, de Madame Bobary. Lo sabemos de Historia de Amor, de Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos, de Diario de una Pasión. Sabemos que destruir el amor sólo puede desembocar a un terrible final nunca deseado.
El mal de amores tiene efectos secundarios comprobadísimos, como la depresión química y el cese de endorfinas -ésas que generan emociones positivas- y como resultado, nos sentimos mal. Cuando el amor falta, cuando no es alcanzable, cuando se niega, el dolor es verdaderamente real. Duelen las articulaciones, las piernas, el pecho, el todo. De aquí que el amor se convierte en coraje, y luego en odio; se convierte en un odio que, de hecho, se parece más al amor verdadero que a un odio real.




Y por cierto
hoy soñé contigo
toda la noche.
y fue bueno.