quinta-feira, 27 de julho de 2023

Jan Hein Donner y los tableros de cristal.

Jan Hein Donner*: Creo que todo comienza con el amor por la madera.

En mi 12° cumpleaños mi padrino David me regaló un enorme tablero de ajedrez. Habrían pasado unos 6 años en los que no tocaba yo una sola pieza. La caja era titánica, blanca y pesada. En la portada se desplegaba la foto de un precioso tablero de ajedrez con alguna posición en curso y las piezas capturadas a los costados; era un tablero grande y severo, como un ítem de museo o artesanía. A diferencia de los tableros anteriores que yo había conocido de plástico o madera, éste se postraba hecho de magnificente vidrio tallado y cristal. Era un tablero, a largas vistas costoso y delicado, hecho completamente de cristal.

Cuando lo recibí, abrí la caja en la habitación de mis padres, con el cuidado que tendría si abriese la caja de, por ejemplo, una muñeca de porcelana, o un pergamino autografiado por un fallecido autor. Mi padre y yo colocamos el tablero sobre su cama con sumo cuidado y jugamos una partida, no recuerdo el resultado, pero recuerdo bien la delicadeza con la que ambos movíamos las piezas. El sonido que hacía el rey o la pesada torre sobre el tablero transparente nos hacía sentir que con un poco más de fuerza habríamos quebrado la pieza entera. Esta sensación de fragilidad me hizo guardar el precioso ejemplar en un rincón y no sacarlo nunca, porque podría quebrarse.




J.H.D.: Cuando esas piezas brillantes están de pie delante de usted, es difícil no tocarlas. Pero usted no puede tocarlas, porque en el ajedrez la regla es: tocar es mover.
Cuando usted ha tocado la pieza, es un hecho: ésa será la pieza que se va a mover.


Así que el ajedrez estuvo guardado lejos de mi alcance durante mucho tiempo, porque no quería correr el riesgo de destruir algo tan bello. Tomé clases alguna vez mucho más joven, un niño apenas, pero me frustraban las derrotas ante otros niños que recibían una evidente atención preferencial de mis maestros. En esas clases, las piezas que usábamos eran de un plástico ligero y barato, mientras que el tablero desplegado en la pared para estudiar posiciones, grande y colorido a manera de pizarrón improvisado, estaba hecho de foami. Se entenderá entonces mi confusión al recibir este tablero de vidrio refinado, pesado y recio, que confundía mi "deber de interacción" con las piezas. Mis compañeros de la clase azotaban aquellas piezas de plástico sin miedo, tiraban los peones al piso, hacían tronar las figuras cuando se capturaban entre ellas, y me hacían creer que el ajedrez debía ser rudo y descuidado. ¿Pero cómo iba yo entonces a jugar ajedrez de esa manera tan impetuosa con un tablero de cristal? Algo tendría que salir mal en cuanto mi dama capturara al alfil, o si mi oponente encontraba una jugada fuerte en la que dicha fuerza se reflejara en el azoteo de la captura. En mi subdesarrollada cabeza, tocar una pieza de ajedrez era equivalente a realizar algo peligroso.


J.H.D.: Cuando usted no está moviendo una pieza, a ese momento se le llama reflexión; y al final, el momento más notable es justo cuando se ha decidido a realizar el movimiento. Es en ese momento exacto en que toca la pieza, es en esa la fraccion de segundo al hacer con-tacto cuando llega usted a ver mucho más de lo que ha visto en los últimos 30 minutos que usó para pensar.


Los acercamientos que tuve con el ajedrez posterior a ello fueron escasos. Hubo algún torneo en secundaria al que me inscribí por mera curiosidad; en la partida, mi oponente que venía de otra escuela dejó a su dama cómoda y segura frente a mi enroque y no hice nada al respecto. Tras varios intercambios, y antes de jugar el movimiento definitivo, me susurró un "lo siento" con algo de pena o de picor en su voz, y entonces con las puntas de los dedos acarició a su dama; no fue sino hasta ese momento, ese contacto que hizo con su pieza, cuando entonces me di cuenta del peligro que estaba corriendo. 


J.H.D.: El contacto físico produce algo que le permite ver las cosas que no vio antes. Por eso cuando alguien se equivoca, suele descubrirlo en el mismo momento en que toca la pieza.


Agudicé mi atención a lo que estaba pasando realmente en la mesa y me di cuenta de que estaba a punto de hacerme un jaque mate con la mismísima dama que tenía en la mano, como sujetando un revólver contra mi cabeza, como acariciando con suavidad el gatillo. Supliqué perdón, no lo hagas, no, no! Pero lo hizo; con la punta de los dedos trazó la ruta de la dama hacia mi rey, y sólo entonces fui ejecutado.

No volví a saber nada de ajedrez hasta llegar a la universidad, ya con 20 ó 21 años encima, allá por los años 2005-2007. Damián Rivero, un amigo de la facultad que iba un año más arriba que yo, propuso abrir un club de ajedrez en la escuela, y consiguió que la directiva le prestara un salón por las tardes para llenarlo de tableros y relojes. Aquello me aterraba, pero Damián estaba tan emocionado. Publicó en el ágora de la escuela su invitación abierta al primer club de ajedrez de Filosofía y Letras. Recuerdo que su boletín iba adornado con un epígrafe del campeón ruso Alexander Alekhine que decía algo así como "Alguna vez los humanos tuvieron que haber sido dioses, o no hubieran inventado el ajedrez". Una frase que años después entendería, pero en ese momento, una vez más, me aterraba.

El club creció, y atrajo a varios entusiastas, y yo, que me sentía intimidado hasta por los relojes de ajedrez, cada semana me fui alejando del círculo, aunque varios compañeros me seguían preguntando si iría hoy al club, o si participaría en el próximo torneo. Me declaré incompetente para el ajedrez y dejé que el club de Damián muriera poco a poco. Damián mismo murió un año después, junto con la ilusión de crear permanentemente a este club que ya sin Damián al frente, iba perdiendo miembros, en un periodo en donde entre los estudiantes dominaba el interés por la moda, el rock pesado y el alcoholismo.

Pasaron 15 años para que volviera a ver un tablero de cerca. Entre el Kung-Fu, la maestría, los idiomas, los desamores, el trabajo, mi vida perdió contacto con el ajedrez aunque todavía recordaba cómo se movían las piezas. Tengo vagos recuerdos de algunos poemas que escribían mis compañeros de la facultad sobre ajedrez, Toto y Arturo por ejemplo, hablaban de la fantasía del combate y de la presión de Kasparov contra la computadora. En mis textos yo hablaba de vampiros y fantasmas. Era un empleado mal pagado en una editorial poblana y el ajedrez no formaba parte de mi rutina, porque mis horas de descanso estaban destinadas a los videojuegos, al alcohol y a mi pareja. Tras algunos tropiezos, volví a Chihuahua con nuevas ideas, pero estas ideas, conforme crecían, me iban emocionalmente lastimando. Mi contacto con las personas se iba desvaneciendo, y mi relación amorosa de ese momento estaba construida sobre una base de reclamos, excesos y engaños. Ante tanta inclemencia, en una edad tan clave, jugar ajedrez parecía ser una pérdida de tiempo.


J.H.D.: Una vez en un torneo vi a un jugador sudamericano tocar una pieza y, como si fuera golpeado por un rayo, la soltó. Miró a su alrededor para ver si alguien se había dado cuenta, se puso a silbar con indiferencia, su cabeza se volvia roja; yo lo vi pero el director del torneo por supuesto no estaba a la vista por lo que yo no tenía ninguna prueba. Este hombre todavia se sonroja cada vez que me ve porque eso es lo peor que un jugador de ajedrez puede hacer: tocar una pieza y no moverla. 

Eso no se hace.


Hasta que, y muchos esconden esta razón pero no yo, vi la serie Gambito de Dama en Netflix. Me cautivó el proceso destructivo por el que Beth Harmon, la protagonista genia del ajedrez, tuvo que atravesar y sobrevivir para dar lo mejor de sí misma. Me ilusionaba la manera en que retrataban esa vida en la que puedes viajar por el país jugando ajedrez, las horas de solitud frente a un tablero, la gente extravagante que conocerías durante tus incursiones, y en general, el aporte del ajedrez a una vida lúgubre y desorientada, como estaba la mía. Pensé por un segundo si era ése el tipo de actividad que me hacía falta para redireccionar mi vida y construir mi mundo alrededor a partir de la reflexión ajedrecística. Abrí una cuenta de Chess.com, recordando también a amigos como Damián, Andrés o Encinas, que no tuvieron que esperar a que el ajedrez se pusiera de moda para entenderlo de lleno, como yo. En todo el mundo las ventas de tableros se cuadruplicaron, youtubers ajedrecistas ganaban súbitos reconocimientos por subscripciones, y yo busqué mi tablero de cristal empolvado y lo acerqué a casa. Lo dispuse en el negocio que tenía con mi pareja para compartir con los clientes este interés que iba en ascenso, ver una partida o dos jugarse con mi delicado tablero, y quizás entender mejor a la comunidad, o a mí mismo.

Desde luego, las piezas fueron quebrándose una por una conforme la gente iba y venía al café; entre niños, adolescentes, adultos descuidados, mi tablero de cristal que tenía yo bien protegido desde los 12 años, al poco rato se le rompieron dos torres, tres peones, un rey y un alfil. Algunos clientes bien intencionados trataron de remediar los daños con cinta negra y Kola-Loka, pero ya era insalvable. Mi ajedrez de cristal había sido destruido como poco después lo fue también mi relación con mi pareja y el negocio que habíamos levantado juntos. En ese momento yo estaba enfurecido y no entendía cómo la gente podía ser tan desconsiderada con lo que les había compartido con tanto afecto. La misma persona con la que compartía el aura del lugar, incluso, me confesó que si ella fuera una clienta, se habría robado el caballo del tablero que había yo con amor dispuesto para todos al centro del local.

Pero el reencuentro con el ajedrez había permeado. Invertí mucho tiempo en mi cuenta de Chess.com, y empecé a dedicarle más tiempo a jugar allí que a los videojuegos, hasta ese entonces mi único confort. Poco después me uní a un club y en breve todo mi discurso era sobre ajedrez, ajedrecistas y jugadas maravillosas. Un día, un martes cualquiera, compartí por Twitter una jugada que me dejó atónito, al que David Encinas, un amigo de antaño que es más ajedrez que persona y con el que había perdido casi todo contacto, me respondió y propuso reunirnos en un bar para jugar una partida luego de varios años sin vernos. Todo por un tweet que subí de la nada. Encinas, sin razón ninguna, me regaló un juego de ajedrez de excelente calidad. Piezas fuertes, pesadas, rudas. Recuerdo que allí en la mesa del bar, cuando empezamos a sacarlas del estuche, yo tomaba las piezas una por una y las colocaba delicadamente sobre el tablero, como si fueran a romperse o como si tuviera yo que disculparme con las piezas por ese maltrato de sujetarlas fuerte o dejarlas caer sobre la mesa. Encinas me llamó la atención entre risas al ver mi lentitud y mi cuidadoso procedimiento para repartir las figuras y me dijo: "¿Qué haces we? Tú échalas así, sin miedo". Caí en cuenta de que las piezas que me había regalado, unas brillantes DGT hechas de resina o no sé qué cosa, iban a soportar cualquier embate, no como aquel tablero de cristal que se despedazaba guardado en una bolsa, expuesto a las obscenidades de una comunidad grosera. En este nuevo momento agarré confianza, volqué el estuche sobre el tablero y derramé las piezas cual agua, como un niño que abre una cubeta de legos, o un pirata que arroja su botín sobre el escritorio del navío. 

Jugué contra Encinas, y perdí por supuesto, pero cuánta energía recibí de esas piezas que me había dado. La energía que necesitaba para tomar las decisiones recias que tenía que tomar para jugar mis partidas, mi rumbo hasta entonces incierto, de forma decidida y portenta. Gracias a ese gesto, ese ajedrez resistente, me sentí rejuvenecido y empecé a tomar decisiones difíciles en mi vida que me llevaron a mejores posiciones, porque ahora mi tablero podía resistirlo todo, y este nuevo tablero, este nuevo mundo, no se me iba a desquebrajar porque yo imponga a mis caballos con la fuerza que se necesita, ahora sin el miedo a desbaratarse.

En mi más reciente cumpleaños número 36, por ejemplo, mi padre me preguntó si todavía me gustaba el ajedrez. Le dije que sí, que mucho, y entonces sacó de atrás una caja envuelta como regalo, que resultó ser un bonito tablero de ajedrez de cuero y madera. Lo abrí emocionado, pensando en el peso de las piezas, los tonos de las casillas, el olor a nuevo, y pensando también en qué cara hubiera puesto mis padre si a su pregunta le hubiera contestado yo con un "no, ya no me interesa el ajedrez", y él ahí con el regalo escondido en la espalda. Pero no fue así, yo estaba tan contento con su regalo. Un tablero de ajedrez, 24 años después del primero que habría creado en mí una incomodidad por el ajedrez, ahora, con la necesidad intrínseca de lucha y concentración, este regalo tenía más sentido. Irónico porque, este nuevo tablero era muchísimo más ligero que los de plástico, hecho de una madera hueca, con piezas que se caían al menor suspiro. Irónico que a mis 12 años haya yo recibido un tablero que debió haberme llegado a los 36, y que a los 36 recibiera un tablero de madera ideal para mis 12. 


J.H.D.: En casa nunca tengo un tablero de ajedrez frente a mí, porque yo suelo moverme alrededor. Los ajedrecistas tenemos algo especial para eso, un pequeño tablero con piezas magnéticas. Estas piezas no difieren una de otra, es decir tienen la uniformidad que hace del juego de damas algo tan horrible, pero usted gana si se encuentra con un tablero de ajedrez real en mi casa.



Desde entonces, mi fuerza personal se ha fortalecido, porque mi ajedrez también se ha fortalecido, y me he rodeado de gente fortalecida y que quiere fortalecerme. Y si bien es cierto a veces el ajedrez me frustra y me gana, la vida también me frustra y me gana, pero entonces levanto la pieza, expando los peones. Pierdo a mis torres como perdí a mi gato, y sin embargo, medito, veo el tablero, y pienso en ganar azotando fuerte, sin miedo, a mi caballo frente al rey enemigo, porque ahora, aunque pierda la partida, mis caballos no se pueden romper.


J.H.D.: solo se debe utilizar un tablero de ajedrez real cuando la batalla es real.



*Gran maestro y escritor neerlandés. Tres veces campeón de los Países Bajos (1954, 1957 y 1958).

terça-feira, 24 de janeiro de 2023

Just Chillin'

La escena competitiva de videojuegos tuvo un inicio muy discreto. Los jugadores competían en sótanos con máquinas arcaicas y poca motivación que no fuera jugar contra los mejores para demostrar ser los mejores. No había inversiones, televisoras ni apoyos deportivos. Gamers apoyándose entre ellos.

Entre las primeras escenas competitivas, Smash Bros. Melee se presentó como un referente de competición y retos a vencer. Un videojuego que nunca se pensó para jugarse profesionalmente sino como un "party game" para amigos que querían darse de hostias con sus personajes favoritos en un crossover para cada fan de Nintendo. 

Entre estos jugadores que provocaron la euforia de espectadores, estaba Kashan Kahn, una joven promesa conocida como ChillinDude que compite en Melee desde el 2002 y quien se ha mantenido vigente desde entonces, firmando con la súper organización Team Liquid que actualmente da plataforma a su carrera como jugador, analista y streamer.

Aunque retirado de la competición, después de ser un fuerte contrincante durante década y media, se dedicó a crear contenido para sus fans y diversificar su stream, con impresionantes speedruns en Super Mario 64, Oddisey o Sunshine, una disciplina que exige memoria informática, creatividad y agilidad felina. Chillin respetaba a sus visitantes como amigos entrando en su casa, rara vez ignoraba al chat y agradecía con honestidad y aplomo cada subscripción y donación que recibía, algo que no vemos en streamers de élite como Hbox, Doublelift o Mr. Beast. Chillin se mantenía humilde, atento y agradecido con la gente que lo acompañaba durante sus transmisiones.

Personalmente le agarré mucho cariño a Chillin, cuando viendo su stream me puse a platicar en el chat mi día horrible que había tenido en esa ocasión. Chill se mostró compasivo hacia mí, un completo extraño que había tenido un mal día, hizo algunas preguntas, me dio palabras de aliento y quiso saber más de mí, de dónde era, a qué me dedicaba, qué hacía para sentirme mejor, charla a la que se sumaron también otros visitantes. Todo esto mientras su Mario daba un triple salto sobre un pixel preciso sin margen de error.

Dado que el horario de Chillin era más bien por las madrugadas, se ajustaba perfecto a mi horario de descanso, el momento de la rutina cuando podía darme el lujo de apagar el teléfono, abrir una cerveza y quitarme los zapatos. Ahí estaba platicando con un campeón de Smash hablando de Pokémon, torneos y muchísimas cosas con las que me gustaría hablar con alguien a esas horas de la noche. ChillinDude fue la primer subscripción que hice a voluntad y con gusto, porque me sentía bien acompañado de su personalidad armónica y hospitalaria.

A principios de junio 2022, sin embargo, Chillin dejó de stremear por un par de días, tampoco su familia recibía noticias de él. Es común que un streamer se tome unas vacaciones, asista a algún evento o haga algunos ajustes. Quizá sólo me perdí de un aviso... pero nadie sabía nada. Pocos días después de no verse en línea, su hermano Burhan anunció por Twitter que Kashan había sido encontrado en su casa convulsionando, tres días después de que nadie había sabido nada de él. Tres días en los que Kashan estuvo convulsionando sin manera de comunicarse ni capacidad para pedir ayuda.




La pequeña pero fraternal comunidad que Chillin había creado reaccionó pronto y se apuntó para enviar apoyo a la fundación de emergencia médica que Burhan publicó en pos de su recuperación y cirugía. Desde luego, saqué la tarjeta y le envié a él y a su familia algo de lo que podía disponer, y fui viendo a otros compañeros hacer lo mismo, dando mensajes de apoyo y de reconocimiento a un chico que había sido bueno y amable con cada uno de los extraños que se acercaba a verlo. Yo entre ellos.

A la vista de otros, parece raro que sienta tanta camaradería con un extraño al que nunca veré de frente ni brindaré con él, pero ha sido su actitud amistosa la que me hace sentir una empatía extraña hacia él, aunque poco o nada sepa de su vida y poco o nada sepa él de la mía, hay una sensación de compañerismo que no puedo negar, por más virtual que sea, supera egoísmos y discriminaciones. Kashan y su familia recibieron muchísimo apoyo de exjugadores, amigos y rivales en Smash, otros streamers y torneos de caridad para que este chico recibiera la atención que necesitaba. Una vez más, y como siempre, los gamers apoyando a los gamers.

Hoy en día Chillin ya ha sido dado de alta, luego de un año en rehabilitación y atención médica. Un año en el que le rogábamos a Burhan nos pusiera al corriente de su salud, mientras la página de fundación seguía recibiendo apoyos por pequeños que fueran. ¡Qué gran sorpresa me llevé hace unos cuantos días! Cuando vi su estatus de Twitch en línea, en plena tarde un jueves cualquiera. Chillin transmitía otra vez y estaba listo para ser recibido nuevamente por su comunidad de espectadores y amigos en línea.

Su lugar de transmisión es desde casa de sus padres. Se sabe porque en cámara aparece una habitación que no habíamos visto en streams anteriores, y porque al fondo podemos oír el barullo de su madre y su hermano. A nadie nos incomoda, por el contrario, celebramos que Chill esté bien acompañado de una familia amorosa que sin duda pasó momentos sumamente horribles mientras el menor estaba afferado a la orilla del mapa por su único stock. Si uno desde acá se sintió terrible con la noticia, y no encontraba con quién platicar de cómo me sentía al saber que Chillin estaba a punto de morir, no puedo ni quiero imaginar lo que sufrió su familia y amistades más cercanas.

En su stream, a medias recuperado, Chill no tiene más que palabras de agradecimiento y sonrisa amplia a todos los comentarios de felicidad y soporte que desfilan en su sala de chat. Una evidencia de la bondad humana y de que la amistad no depende siempre de estrechar la mano o brindar en una barra. Yo, en un momento triste de mi vida, recibí un tipo de apoyo por parte de Chillin, y él en un momento crítico de la suya recibió un tipo de apoyo mío. No es necesariamente proporcional, pero eso es lo que hacen los amigos.

El stream, sobra decirlo, tuvo que cambiar de contenido. Chill no puede, aún, conversar fluidamente ni dar enunciados extensos ante la evidentemente comprensiva comunidad que se sigue reuniendo en sus transmisiones para ver su recuperación y su sonrisa. Chill comparte en su stream ejercicios de lectura, recetados probablemente por su neurólogo. Ejercicios que lo ponen al borde de la desesperación porque aunque entiende las palabras, le es casi imposible pronunciarlas en voz alta. Lo vemos entonces fijar la vista en textos aleatorios, tratando con dificultad de pronunciar palabras como: "year", "breakout", o "allegedly", levantando la cabeza en frustración y goddammiteando todo lo goddammiteable. Entonces se ríe de nervios, mira al chat y puede leer mensajes que dicen: "you got this!", "keep going!" "you can do it", "we believe in you!", "so glad to see you back!". Chillin entonces se toma un respiro, balbucea una larga secuencia de gracias, y lo vuelve a intentar, sabiendo que cada vez que exhale un "I can't" al no poder decir las palabras en la pantalla, encontrará siempre a este grupo de amigos en la otra.   








https://www.gofundme.com/f/support-kashan-khans-chillin-stroke-recovery

https://www.ssbwiki.com/Smasher:Chillin

https://www.twitch.tv/chillindude






domingo, 25 de setembro de 2022

Reino Aventura

 

Cargo 38 años,

una torre de 45 tazos, una foto con mis hermanos en Reino Aventura

con una barriga de niño en pose afeminada

porque en los noventas ser niño estaba bien:

Las computadoras daban miedo,

el futbol era una batalla por la paz

donde fui el médico en una guerra sin heridos.

Las niñas me daban miedo.

Yo podía vencer a DiveMan en el Megaman IV,

pero Chucky me daba miedo,

y las niñas me daban miedo.

Pero tenía todos los hielocos de Coca-Cola

y un estricto horario de ver Nintendomanía a las 10 de la mañana.

 

Alguien, no sé cuándo,

me celebró una publicación de quién sabe qué:

La defensa del agua, un cuento sobre un libro mágico, era cualquier cosa;

me llenaron de aplausos y teorías de color.

Pero también, es cierto, tenía un 2 en matemáticas

y un 5 en educación física

porque nadie quería hacer la guerra conmigo o con mi pelota,

ni responder a mis cartas;

tengo 99 revistas de Club Nintendo

pero ninguna una carta.

 

Será que allá, en los noventas

todo se vino abajo

cuando abrí algún desafortunado libro:

Una argentina que hablaba de monstruos.

Un francés de extraterrestres imperiales.

Un mexicano y sus pueblos fantasma.

Un japonés me habló de los horrores en la escuela

y una cosa llamada "I Love You" iba, irremediablemente, a extinguir a la humanidad.

Y pensé

qué feos son los monstruos,

los aliens, los fantasmas,

los muñecos, los hackers,

los muertos, las escuelas,

los partidos que no se juegan,

los libros que no entiendo,

los jefes finales, los tazos,

las niñas bonitas en las fotos;

eso sí me aterra.

Alguien explíqueme de dónde vienen

las niñas que nos aterran.

Porque capturé a los monstruos,

besé a los fantasmas, me tatué a los muñecos,

sabía más de futbol que todo el cuadro de honor de la escuela,

pero mi nombre se quedaba en un banquillo

pensando en que no entiendo el teorema de Pitágoras

y que ayer habían ganado las Chivas.

 

En estos 38 años que ve usted aquí

Se nota el oído ensangrentado de un tipo que se acostó con mi novia

que luego me dejó.

Se escucha el volantazo que di para salvar a otra novia,

que también me dejó.

Se siente la cicatriz que me costó a una novia,

que después me dejó.

Se saborean las aguas de una novia

que muy pronto me dejó.

 

Todas ellas vieron en estos ojos

a un hombre que ya no parece un hombre

sino su propio algo.

Por eso mi luz

y por eso mi balón

y porque todo desaparece

en una escala de después-te-llamos.

Espaldas como espadas y son cosas que uno ve de lejos.

Yo me quedo escondido en una foto de Reino Aventura

porque además ya no existe Reino Aventura.

 

Hola, tengo 38 años y 1,217 pokemones.

Pregúntame lo que quieras sobre Matrix.

¿Quieres ver mi mapa a escala de Silent Hill en Minecraft?

Hola, me pasé todo el Mario Kart con tres estrellas en cada circuito.

 

Pero luego las veo jurando amor

(esas niñas que aterran)

a gente que no sabe nada sobre Matrix,

ni tiene pokemones, ni jugó al Silent Hill,

ni conquistó Lisboa, ni mató a Chucky,

ni entienden el teorema de Pitágoras;

pero al menos son otros,

y ser otros

está muy bien.

sexta-feira, 1 de julho de 2022

Tú sabes qué es y no contestas

 Hace un par de noches, a mis 35 años, me hice mi primer tatuaje visible para el mundo. No es mi primer tatuaje, por eso subrayo lo visible. Tengo un par en las muñecas cubiertas siempre por mangas largas o pulseras, tengo uno en el pecho debajo de la clavícula que solo juzgan doctores o fantasmas, y uno en la espalda del que acabo de acordarme ahora. 

Éste no es como ninguno de ellos, tatuajes míos que fuera de la cama nadie se hubiera enterado que los llevo encima. Éste lo he dispuesto deliberadamente en el costado izquierdo de mi cuello, grande, redondo, donde no hay camisa que lo cubra ni suegro que no lo juzgue. Un rayón feo y garabateado como afrenta contra lo bello, y sin embargo ¿quién en pleno 2022 se prepone con el derecho de decirle a otra persona qué hacer y qué no hacer con su cuerpo?


Mi tatuaje es una estupidez, no como los anteriores que obedecen a una regla intrínseca e irreprobable de mi concepto de tatuaje. El tatuaje es una cicatriz que hemos elegido tener, dijo alguien en algún libro que no pienso levantarme a consultar ahora, porque quien quiera que sea también está equivocado. El tatuaje gemelo que llevo en las muñecas, por ejemplo, representa una parte de mi formación adultescente, cuando todo lo que había hecho y estudiado en mi vida no tenía sentido en el siglo XXI y sin embargo el mundo (mi gobierno y mi familia) me prometía arcas de fortuna si cumplía con esos requisitos. Ese mínimo 6 en matemáticas, ese volver a la casa antes de las 10pm, ese te levantas para irte a la escuela aunque te muelan a golpes porque yo digo que vayas a la escuela aunque te muelan a golpes. Mis tatuajes en las muñecas son una especie de encadenamiento que he convertido en meditación de mi propio infortunio que no es mío sino el de millones de adolescentes como Jonathan Davis o Ufuoma Yurie.


De modo que soy un convencido de que el tatuaje simboliza algo. No digo que el tatuaje deba simbolizar algo, digo que el tatuaje simboliza algo. Un tatuaje grotesco, sarcástico, encriptado, costoso y barato son un mensaje que queremos exponer de manera permanente. Cuando te tatúas el nombre de tu novia no te estás tatuando a tu novia, te estás tatuando la ilusión del amor, la figura erótica del otro, la nomenclatura de lo que tú creías era la felicidad. En algún post vi un tatuaje de Bob Esponja en forma de gallina con el lema “TaTtoOs HaVe to bE mEaNinGfuL” a manera de arremedo o provocación a quienes creemos semejante discurso, y es ese tatuaje el que me da la razón de lo que estoy diciendo: el tatuaje no significa nada, pero es en sí un discurso. ¿O no sabemos ya algo, a partir de este tatuaje de Bob Esponja, sobre ese anónimo que se lo ha tatuado y lo ha subido a internet para que todos nos enteremos del mensaje? ¿No es eso, de una manera pessoanesca, contradictorio y a la vez cargado de toda la razón?





Pues bien, visualizando el mensaje y no el significado, y bajo la experiencia anterior del deber explicar qué significan mis tatuajes en las muñecas, me he hecho el garabato redondete y asimétrico en el cuello donde nadie en cinco metros a la redonda pueda ignorarlo. Quiero que me pregunten por mi tatuaje en el cuello, un tatuaje descompuesto y dibujado por un zurdo desde una mano derecha. Oye, ¿qué significan tus tatuajes en las muñecas? Me preguntan cuando alguien vislumbra las pequeñas muñecas que tengo tatuadas en las muñecas. Aah, respondo, significa que tengo muñecas en las muñecas, y levanto la mirada con rostro de punchline como si esperara risas grabadas o un redoble de tarola. Desde ahí obtengo dos respuestas posibles: 1) la persona se ríe conmigo, sabe que eso que acabo de decir es una estupidez aunque sea cierto. Samuel se ha tatuado muñecas en las muñecas para poder decir que tiene muñecas en las muñecas. Un chiste barato por el que no vale la pena tatuarse absolutamente nada, como aquella viñeta de Cyanide & Happiness donde un sujeto se corta el brazo y pierna izquierda para poder declarar con certeza absoluta “I’m all right”. Es gracioso pero estúpido y solo una caricatura como ésa, o como yo, podría hacer semejante cosa. Qué baboso. 2) El cuestionatario en cuestión hace una mueca de fastidio infalsificable, como contagiado por la estupidez antes de haberla inteligido, y me tacha de estúpido, irreverente y poco necesario para la continuidad de la charla. Ante cualquiera de estas dos reacciones, la chida y la mamona, derivadas también por la relación que haya con la persona que pregunta, viene de mi parte una contrarrespuesta en la que, según mi interés por la relación con la persona, conservo el chiste sin gracia que compré por los $1500 que me costaron los tatuajes, como un chiste one hit wonder con el que le sujete me recordará para siempre, o me dispongo a reírme de la tontería y procedo a explicar el valor auténtico del tatuaje en tema. Explicar ese particular tatuaje da un poco de pereza y miedo social, porque simboliza, como dije antes, un momento en mi desarrollo adultescente donde necesitaba de un par de muñecas para mantenerme mentalmente sano. Si la persona me importa lo suficiente como para explicar el evento que precede al tatuaje, con gusto olvidamos la gracia como una prueba fehaciente de mi comedia muerta, y relatamos la historia, de la que esconderé un par de detalles a menos que la persona los pida, así sabré que realmente está interesada en mi formación o sólo tenía curiosidad. En la contraparte, si le sujete hace su mueca y me da la espalda, habréme ahorrado una amistad innecesaria y podré seguir tomándome mi cerveza sin mayor intervención dele extrañe aquele.


En el caso anterior y mejor, la conversación dará pie a que la noche tenga un tono y una justificación de haberla pasado ahí en ese bar o esa fiesta y no en la cama masturbándose. La pregunta que le deriva es que, o yo pregunte por tatuajes de la contraparte a manera de intercambio de relatos, o la persona misma pida más historias como las de las muñecas en las muñecas. Entonces pasamos al tatuaje de la clavícula y tocamos temas de música, de versos, de religiones, de ta ta tá, y la convivencia se dispara a partir de la elección de mi contranauta que ha decidido escuchar la historia.


El tatuaje que me hice en el cuello pretende invitar a la otra persona que no quiso escucharme, la que en su dimensión me hizo una mueca de imbécil y me dio la espalda. El tatuaje en el cuello es una carnada para ése que no vio a las muñecas en mis muñecas y que irremediablemente caerá en el juego del chiste estúpido y desde ahí estará forzado a entablar un duelo conmigo: ¿estás escuchando lo que yo te estoy diciendo o lo que el tatuaje te está diciendo?


Para disipar ya toda incógnita, porque sin duda mi lector que ha cumplido el hito de este párrafo está o con la esperanza de que describa el mentado tatuaje, o lo deje para siempre en el limbo infame del final abierto, describiré qué ocurre con el rayón evidente del cuello, lo bastante arriba para que sea visible pero lo bastante abajo para que no me hagan jetas en las fiestas sociales. 


Mi tatuaje del cuello es una silueta rechoncha y enorgullecida de la cintura, un globo a medio aire y que sin embargo parece que aún puede flotar. Tiene un cierre de silueta mal cerrado que sin embargo cierra a la fuerza, como si la mano se ajustara al error para poder terminar el dibujo aunque sea sabido, por la mano misma, que el trazo no se puede terminar. Sin embargo la silueta cierra la forma del globo con un corte triangular, incómodo, inoportuno, forzado, pero al final la silueta cierra, y la mano termina con una sensación de haber conseguido algo a pesar de las dificultades o de la humillación de saberse incapaz de dibujar un círculo perfecto. La circunferencia es clara, está realizada, bajo las capacidades y limitantes de la mano o la persona que ha hecho el trazo torpe, desfigurado pero completo.


Ésta es la explicación que le cedo a usted lectore, que ha dedicado su valioso tiempo en leer hasta acá en lugar de escrolear contenido de tiktok donde debería haber contenido de twitter, o cuatro ads por cada platillo que se come un amigo al que ya no frecuenta. Así es como luce el tatuaje de mi cuello, una silueta que ante todo pronóstico plástico consigue cerrarse, y que al verla de lejos carece de estética o sentido, pero tiene forma y representación evidente, tan evidente que se convierte en un tatuaje en mi cuello y el motivo por el que llegamos a estas líneas de este apartado.


Pero, para el inmortal que viene de otra dimensión a mi dimensión, y no ha visualizado esa abstracción piccasa antes, le devolveré su pregunta del qué es con otra pregunta: ¿Quieres que se lo muestre al gato para que él te diga lo que es? Porque hasta un gato lo sabría. Y entonces vendría la dualidad de respuesta que ya he representado en el ejercicio anterior de las muñecas en las muñecas.


Ante mi contra pregunta sólo puede haber una respuesta acertada, no necesariamente correcta sino acertada. A esa respuesta que debe ser la acertada puedo darle la continuidad inversamente proporcional a las muñecas. Si las muñecas, por ser un chiste claro recibo un rechazo, el posterior por ser un chiste oscuro debería recibir una aceptación que en el acto conllevaría a la confirmación de la charla que el chiste oscuro provocaría. Cultura pop, igualdad de generaciones, incluso tiempo en internet, la respuesta acertada haría el vínculo de todas esas circunstancias y yo podría gritar entonces ¡Dignidad! ¡No sabes lo que es la dignidad cuando la ves!


Y entonces, para confirmar una plausible amistad significativa, la otra persona me contestaría…. tú me contestarías…


terça-feira, 3 de maio de 2022

L.F.M.: 100 tiros de ruletas rusas

 ¿Qué te viene a la cabeza cuando piensas en futbol mexicano? 

Si tienes mi edad, 35 años, recordarás como yo aquellos gloriosos torneos largos con Gerardo Torrado, Pavel Pardo, Ramón Ramírez, Jorge Campos, cuando el título de campeón duraba más de dos meses; esa generación de llaneros talentosos que le dieron silueta al futbol en los ojos de un niño. Cuando se sangraba la camiseta, cuando ganar un clásico era motivo de festejo en serio y los medios tenían voces icónicas representando el sabor de la victoria o la derrota de manera imparcial. Los padres llamaban a los cuñados y sacaban su televisión al jardín para preparar la carne asada, el Estadio Azteca le sacaba canciones a Calamaro, en las escuelas se intercambiaban estampillas.

Yo recuerdo al futbol mexicano como una forma de unificar amigos y familias. Era el tema que podía sacar en el barrio como un disparo para hacer amigos. Poner un balón en la calle era una especie de invocación esotérica en el que había el entendido de que quien viniera al llamado estaría dispuesto a destruirse las rodillas. Ver la liga mexicana por televisión era particularmente un gran incentivo para salir a probarnos porque en el fondo sentíamos que esa palurdez con la que jugábamos era suficiente para imitar lo que veíamos en las pantallas de los años 90. Un futbol torpe pero talentoso, lento y preciso, con aguante a la zancadilla pero penales fallados, un futbol pues que nos representaba como la  cultura violada pero luchona que somos tanto en la cancha como en la guerra. 

Daba la sensación de que por ser mexicanos podríamos jugar a ese futbol también, no podríamos aspirar a jugar como Deco, Zidane, Ronaldo o Batistuta. Éramos, y lo sabíamos, versiones reducidas de Benjamín Galindo, Matador Hernández, Miguel Herrera, Luis García. Y nos gustaba porque era una forma de ser coherentes con nosotros mismos. Antes de rodar el balón, como si de una puesta en escena se tratara, los partidos comenzaban primero con una repartición de personajes como quien pide la bendición de un santo o espera ser poseído por tal nombre: ¡Pido ser Hugo Sánchez! ¡No, me toca a mí ser Hugo Sánchez! ¡Entonces soy Cuauhtémoc Blanco! Y así arrancaba el Granjas FC vs Deportivo Nuevo Paraíso, donde íbamos a reventarnos los tenis contra el asfalto y a exponer la nariz en diez balonazos, inspirados por el 4-0 contra EUA de esa tarde o la noticia de que fuimos eliminados por Alemania. Aunque nuestro partido no se televisara, también éramos parte de ese futbol. 



En eso pienso yo cuando pienso en el futbol mexicano. Me conmociona cuando al decir cosas como "le ganamos a Brasil" y alguien responde, incrédulo y un poco testarudo, con "¿cómo que ganamos? ¿a poco tú jugaste?". No sabría cómo o para qué explicarle que al futbol mexicano de una u otra manera lo formamos todos. De ahí que la afición pese, de ahí que llamemos "los 4 grandes" a los que deberíamos llamar "los 4 populares", de ahí que exista el concepto del doceavo jugador. 

Cuando era niño, por ejemplo, opté por irle a las Chivas en una franca declaración similar al ritual de salir del clóset. Lo decidí porque las Chivas me regalaron una imagen que se me quedó grabada como fotografía: mi padre, mis tíos, amigos de la familia, vecinos, todos estábamos reunidos en la sala para ver y celebrar la final entre Guadalajara y Toros Neza del verano 97. Me decanté por las Chivas no porque mi familia fuera de las Chivas, de hecho ellos siempre han sido más bien del tipo "yo le voy al que gane", sino porque ser fan del Guadalajara fue mi manera de agradecerles esa reunión en la sala que no volví a ver en mucho tiempo. Ser chiva era una decisión que venía acompañada, por supuesto, de por ley tener que enemistarse con el América o de quien sea que hable mal del rebaño, y quizás así lo hice un tiempo, pero años después tuve una novia, declarada americanista más o menos por la misma razón que la mía por ser chiva, y nuestra relación tenía mucha chispa gracias a ello. Aprendí pues que ser hincha de un equipo no significaba discriminar al otro, o que no tendría yo derecho a reconocer cuando el América jugaba bien, "¿pos no que eras de las Chivas?" solían reclamarme mis amigos si aplaudía un gol del ame, cosa cuyo origen entendía, pero tampoco me sentía limitado a no poder reconocer que un equipo jugara bien.

Hoy el futbol mexicano es una cosa muy extraña, pensando en esta nostalgia de la que estoy hablando. Las aspiraciones del jugador mexicano ahora es migrar a Europa, y está bien, pero hay algo de sentido de pertenencia que se pierde un poco. Los intercambios entre jugadores suceden sin respeto a la playera y la culpa de una derrota viene más derivada de fallas administrativas que del tronco delantero. En lugar de tener una generación de jugadores con ganas de pelear por el gol, que sería lo esperado si venimos de una escuela tan aguerrida como Carlos Hermosillo, Héctor Reynoso o Miguel Herrera, el FutMex se fue convirtiendo poco a poco en un escaparate de estrellitas cotizadas que luego los vemos manejando un Ferrari o bebiendo caro en un hotel.

Con ello, a manera de fichas de dominó, el periodismo deportivo también se fue volcando hacia un sistema incómodo para quienes queremos escuchar reconocimiento al deporte y conclusiones más sensatas. Tenemos opciones como Futbol Picante o La Última Palabra que pretenden ser incendiarios con provocaciones entre los panelistas, en un formato más parecido a un talk show que a una discusión coherente, luego Récord lo intentó con escorts como Jimena Sánchez en pijama en una burda y ofensiva intención de atraer audiencia, o Jean Douvenger y su Futbol Para Todos que era más bien Venga la Alegría mezclado con Sabadazo. Ya no tenemos a un Juan Villoro con su Dios Redondo o a Jorge Valdano haciendo poesía crónica. Supongo que es ingenuo pedir literatura deportiva en pleno 2022, pero sí debemos pedir una competencia periodística que restaure la gloria del futbol mexicano aunque éste se niegue a hacerlo.

Eder Bayuelo pidió lo mismo, o eso siento. Eder como yo parece haberse cansado del pésimo periodismo actual, ése que dejó atrás al debate imparcial a cambio de un espectáculo gritoneado donde Álvaro Morales es un comediante amateur y Hugo Sánchez tiene que poner sus trofeos en la webcam para recordarnos que él es Hugo Sánchez, porque ya se nos olvida. La dupla Martinoli-García pasa más tiempo burlándose de Jorge Campos que describiendo el juego, y aunque llega a ser divertido, me pone a pensar en las opciones de periodismo deportivo que tengo, porque estos dos hablan más de Caliente,mx o Farmacias del Ahorro que del partido en sí. 

Opciones como Leyendas del Futbol Mexicano, una que nace desde la carencia del buen periodismo, y busca hablar de una forma muy sobria sobre lo desplegado en la cancha y la historia que dicho partido representa. Eder no se influencia por tal jugador que cobra tanto o juega en Bulgaria o dijo equis cosa del América, le importa la huella que dejó, que está dejando o que puede dejar si hace las cosas bien con la pelota. Le importa, es lo que veo, que el estrellato de un futbolista se gane por talento y por garra, con goles de antología, con atajadas de fotograma, con trazos perfectos al ángulo, esas estampas inolvidables que lo inspiraron a reunir a un equipo igualmente hastiado del sensacionalismo de Marín y de Faitelson, y hacer un canal de Youtube donde los inmortalizaría, como una contraréplica a la producción abaratada de revista del corazón.

El formato de esta contraréplica funciona. LeyFutMex llega a sus audiencias de una manera inteligente y gratuita: internet. No tocaré el tema de si la televisión será devorada por el navegador como lo fue antes la radio, pero sí quiero reconocerle a Eder que supo darle al periodismo deportivo el upgrade que necesitaba y en el que otros como ESPN o Marca no han sabido reproducir, porque están casados con un periodismo obsoleto, o no saben operar en las redes sociales, baste ver los títulos de ESPN en la cabecera de sus resúmenes en Youtube: PIETRA EXPLOTA CONTRA MAURICIO PEDROZA. ÁLVARO SE PELEA CON RAFA. Ugh.


 

No así LeyFutMex que se muestra sincero y natural, viendo al público a los ojos, que detiene la charla un momento para contarte una anécdota personal como en un bar con un colega, y que en lugar de vomitarnos aceite para autos o portales de apuestas, produce su propia mercancía y la muestra ante su público como un esfuerzo propio de salir adelante; lo hace sin mentiras, un genuino interés por buscar nuestro apoyo para que juntos siguamos hablando de futbol como queremos que se hable de futbol, sin tratar como tontos a nadie, sin perder minutos con productos irrelevantes o clamor de subscripciones, sin corbatas ni amarillismos. LeyFutMex habla de la liga y de los jugadores con una óptica certera y amistosa, lo bastante callejera para sentirme identificado y con el suficiente conocimiento y entendido periodístico que requiere ese tipo de labores. Eder jamás reprueba opiniones encontradas, por el contrario, le da el micrófono a cualquier persona que quiera sumarse al diálogo. En él veo a una persona comprometida con el periodismo deportivo honesto, uno que viene alimentado por el amor al deporte más que al dinero, cargado de un compañerismo de vecindario como el que traté de reflejar en los primeros párrafos de este texto. Siento a Eder como un compañero de la misma batalla, contra el amarillismo y la provocación mediática. Particularmente le agradezco, por ejemplo, que nos comparta sus experiencias en sus idas al estadio porque aquí donde yo vivo no tenemos equipos de primera división y ésa es una manera muy virtual pero directa de conocer la experiencia de ir a ver un juego con amigos. No me imagino, por ejemplo a Alex de la Rosa o a Ciro Procuna relatando sus conclusiones del partido desde el asiento H-12. Bayuelo sí. 

Por eso es relevante que el periodismo futbolístico se relacione con su audiencia desde el futbol y no desde la nota. Porque el anhelo y la emoción en el futbol viene siempre acompañada del orgullo y de las cualidades que tenemos para mostrarle al mundo. En el fondo a eso se refería el Chicharito y evidentemente el periodismo no lo entendió. Porque el periodismo de ahora no se esfuerza por entender al muchachito parado entre dos piedras a riesgo de un atropello. LeyFutMex es una celebración de nuestra historia como nación. El futbol es un lenguaje que usamos en todo el mundo para mostrar nuestro poder sin herir a nadie. Un poder organizativo, dinámico, entendido, efectivo, alabado. Quiero que LeyFutMex siga creciendo porque es una manera de decirle al país cómo queremos ver al futbol, y que más personas se sumen y corrijan sus errores, como LeyFutMex también sabrá corregir los suyos. Me gusta pensar en el futbol como un gran espacio de asombro y compañerismo, de honor a quien honor merece y de construir la historia de manera memorable. Creo que LeyFutMex lo consigue porque ha sabido adaptarse a las necesidades del aficionado mexicano con los medios que están a la mano. Felicito a Eder y a su equipo por estos 100 episodios de ruleta rusa, por lo que hacen también por el futbol femenil, por tener un contacto verdadero con su público como ningún otro, por las horas nalga que le dedican a su trabajo y por darle a este chivista frustrado un colega más con el cual hablar sobre las leyendaaas del fuuuutbool mexicano.




Canal LeyFutMex

Cancheras


 

quarta-feira, 6 de abril de 2022

Mi padre no lloró en el funeral de la abuela

        A la entrada del departamento vi a un escarabajo bocarriba peleando por vivir. Agitaba sus patas con velocidad y cansancio. Agradecí por él que el gato no estuviera en ese momento, para que muriera a su ritmo y meditara insectamente lo que está por venir. Seguí mi camino y me alisté para ir a ver a mi abuela en el hospital.


La última vez que la vi fue en su casa, encamada con poco movimiento y un respirador con el que intercambiaba aire por palabras. Mi abuela aún hablaba, tenía siempre su sentido del humor aunque sus frases estuvieran mutiladas por los años. Ochenta y seis años que se resumían en una mujer intachable para su esposo y su familia. Ese día la visité a ella y a mi abuelo para recopilar algunas de sus historias en texto, a petición de mi padre que desde hacía meses atestiguaba con ellos el fin de todas las cosas.


Meses de insistencia y acoso de mi padre hacia mí porque el hombre todavía pensaba que me gustaba escribir, o probablemente porque fui el único petardo en una familia de ingenieros que estudió Humanidades. En cualquier caso yo era su única opción para poner el legado de sus padres en un libro, una manera muy romántica de eternizar a las personas más queridas, pero que también requiere mucho trabajo.


De camino al hospital pensaba en esta labor a la que no podía negarme por el cierto deber de honrar a mis abuelos, a quienes quise mucho y ellos a mí, pero mi divorcio con la escritura era más fuerte. Pensaba también en el escarabajo a la puerta de mi casa, ¿quién iba a tener la responsabilidad de escribir la historia de este escarabajo? Nacido y muerto solo, a merced de un posible gato merodeando o un descarecido puntapié. Pensaba en todo lo que tendría que hacer para redactar un texto más o menos interesante, acerca de una pareja de ancianos como tantas otras parejas de ancianos, con un rancho como tantos otros ranchos, y unos nietos en general bien portados, por no decir aburridos. Pensaba en la juventud de mis abuelos, en su rol como fundadores del pueblo donde vivían, en las horas nalga que iba a dedicarles, en mis primos, en nuestros juguetes desparramados, en los caballos, la tierra, las navidades, las casas de árbol, el escarabajo. En todo menos en que iba de camino a ver a mi abuela morir.


Burlé con dificultad el acceso a la sala, donde yacía mi abuela abanicada por mi tía y asistida por dos máquinas o no sé qué. A diferencia de cómo la vi allá en el pueblo hace un par de semanas, mi abuela aquí aparecía adormilada, y en lugar de frases cortas clamaba un gemido de dolor suave y constante, una especie de gruñido incómodo, como si algo permanentemente le incomodara. Tomé su mano que flotaba inmóvil en el barandal de la cama, y con una estrechez le agradecí todos los años que estuvimos con ella. Luego de un tiempo le di un beso en la mejilla y regresé a mi rutina. Antes de irme, dejé un Blissey en el gimnasio del hospital, para que me la cuidara. Blissey es conocido como el pokemon de la sanación, en una forma muy discreta e incomprensible, pero muy mía de demostrar que mi abuela me importa, como quien voltea un santo o prende una veladora. 


No me sentí mal ni triste de ver a mi abuela en sus últimas horas de vida, porque fueron muchísimos los años que la disfrutamos. Hasta sus últimos días mi abuela nunca necesitó la asistencia de nada, no era de bastones ni andadores, no requería bypasses ni anteojos, acaso unas buenas sandalias y ropa cómoda, era suficiente para atender la cocina, los bisnietos, el jardín, ir a misa. Siempre salía a recibirnos cuando escuchaba el coche llegar a la puerta, y preparaba el café en una mesa eternamente servida y presentable. 

Cuando volví a mi departamento, el escarabajo ya no estaba.


A la madrugada del día siguiente, justo 12 horas después de verla, me llama mi madre para comunicarme que mi abuela oficialmente había fallecido. Me vino a la mente la última imagen que tenía de mi abuela, su rictus de fastidio y su gemido de molestia, su cuerpo desparramado en una cama pequeñita. Y me sentí afortunado. Supe después que había sido mi padre quien la vio morir, haciendo guardia con ella en el hospital esa madrugada. Mi padre dormitaba cuando las máquinas emperazon a pitar y entraron los enfermeros para reanimarla, pero al entrar, mi padre, un hombre entendido en la espiritualidad y en los planos trascendentales, levantó la mano.


Mi padre estuvo con el cuerpo de su madre un par de horas más, yo evito pensar en lo que habrá cruzado por su cabeza en ese periodo que suena agotador y espeluznante. Imagino a mi padre viendo con calma el cuerpo de mi abuela, agradecido y contento por la suerte de haber tenido tan buena familia que habían formado juntos, sus años de formación con el maíz, los nogales, los tractores, cuando volvía a casa con ellos para comer de sus tortillas y dormir feliz en un pueblo sin coches y sin bancos.


El funeral se planeó con mucha agilidad y coordinación, en buena medida porque toda mi familia siempre ha sido muy unida y se entienden muy bien. Desde que mi abuela enfermaba se turnaban para ir a atenderla, comprarle las máquinas y colchones que necesitara, traerla o llevarla de Chihuahua y vuelta, asegurarse de que en su reposo mi abuela estuviera siempre bien. Yo apoyé con algún vaso de agua.


Para el funeral, mi hermano se regresó de sus vacaciones en Monterrey, sacrificando todo su plan pagado, mientras mi hermana había vuelto a la ciudad desde Austin donde vivía con su esposo. Yo cerraba la recepción del hostal unas cuantas horas, ofuscado porque mi trabajo requiriera de mi eterna presencia, pero entendiendo que le debo más a mi familia que a mis huéspedes.


Ese domingo dejé a los huéspedes a su suerte y salí al pueblo a sepultar a mi abuela con mis hermanos. Había una actitud tranquila, de mucha resignación y agradecimiento. Mi abuela fue una buena abuela, nos dio a unos buenos padres, y los mejores buñuelos que se hayan probado. Llegamos a tiempo para sacar el féretro de la misa, pronto me llamaron para ayudar en llevar a mi abuela hacia el carro fúnebre, y entre varios ayudamos a mi abuela a que llegara a su destino. El pueblo tenía un aire muy limpio, un cielo muy abierto, era un día lleno de luz y aire fresco, sumado por la cantidad titánica de flores y plantas que acompañaban a mi abuela como a una duquesa o monarca. 


Por alguna razón, durante el recorrido al panteón del pueblo, yo tenía una ansiedad insana por ir caminando al lado de los coches. No sé por qué sentía esa inquietud, la de caminar, mientras veía a mis tíos y amigos pasar en sus carros, y yo a pie, sobre la tierra con la que jugué por años, bajo el sol novodeliciense, junto a las vacas pastando el campo y el estadio de beisbol que no era sino una muralla con tres butacas. Tal vez sí sé por qué quería hacerlo. Perdí la cuenta de la cantidad de personas que me insistían que me subiera a los carros, que aquí hay lugar, que está muy fuerte el sol, que por qué vas caminando. Solo yo lo entendía, como el Blissey o mi reflexión con el escarabajo. Finalmente mi madre me convenció con la advertencia de que para cuando yo llegue, el entierro ya habrá terminado, y no quería privarme del honor de poner la tierra sobre el ataúd de mi abuela. Así que me subí a una camioneta un poco inconforme pero también sabiendo que no se trataba de mí sino de ella.


Uno a uno nos despedimos de mi abuela antes de enterrarla. Me dio gusto verla dormir tan tranquila, tan plena de paz y descanso. Pude ver o sentir el beso que le di en la mejilla aquella vez última, y fue mi regalo para acompañarla bajo tierra. Cuando me relevaron en la pala, un huésped empezó a marcarme eufórico o molesto porque unos niños le habían hecho algo a su carro, porque quería sacarlo de la cochera y no sabía cómo, señor, le dije con la calma que inundaba el evento donde me encontraba, señor en estos momentos literalmente estoy sepultando a mi abuela, bueno pero cuándo vuelves, no lo sé, estoy en el funeral de mi abuela, insistí como para que le cayera el veinte de que estaba en algo mucho más prioritario, bueno pero más o menos como en cuánto tiempo vuelves. Increíble que con tan pocas palabras uno sepa tantas cosas, menos el amigo que estando al teléfono no escuchaba lo que le estaba yo diciendo o que asumía que su coche sería para mí más importante que despedirme de mi abuela. Por un segundo me molesté con mi oficio, este servicio de 24 horas a tercos que no entienden al ser humano, al menos éste. Pero no le permití al fulano arrebatarme del momento y le di una cantidad cualquiera. Apagué el teléfono y retomé la pala. Al final yo pensaba en un escarabajo más que en él.


Había mucha gente llorando, sobre todo mi hermana que desde la superficie le prometía a mi abuela tantas cosas para el futuro, tantos recuerdos, tantas lágrimas de felicidad y duelo. Yo lloré en algunos momentos del entierro, pero pensaba más en sentirme agradecido por todo lo que mi abuela había formado. Mi padre se mantenía estoico, dando palabras, dando abrazos, dando palas, pero no lloró en el funeral de la abuela. 


Había en mí una especie de satisfacción de madurez y ascendencia presente, un cariño permanente que me abrazaba y me daba consuelo. Supe así que por delante tenía muchas cosas por hacer en pos de ella. ¿Quién si no yo haría lo que debo hacer? Hubo que comprar un nuevo teclado, hubo que hacer clic en el procesador de textos sepultado entre archivos y emuladores, como quien busca a su exnovia para rescatar alguna especie de identidad o condición de sentirse útil para alguien. Absorbo de mí lo que tengo, mi piel seca de tierra, mis cabellos de maizal, los dedos de mis manos y de mis pies enlodados de charcos, la satisfacción de ser un brote traído y fértil que ahora mismo redacta. 


Mi padre no lloró en el funeral de la abuela, y viendo estas palabras siéndose escritas, quiero pensar que sé por qué.










domingo, 26 de dezembro de 2021

Pokémon Go y la gamificación del senderismo

CELEBRANDO EL NIVEL 40 

Puedo remontarme muchísimos años atrás para explicar por qué me importa tanto esto. Nivel 40 es un logro difícil de conseguir, apenas hace unos meses era el nivel máximo posible y aunque ahora el camino a pedalear se ha expandido, y qué bueno, hoy celebro mi nivel 40 con un resumen que por la naturaleza de lo vivido (20 millones de exp) no será breve aunque así lo quiera.


Ser un maestro Pokémon muy diestro

Conocí Pokémon mucho antes de su llegada a Latinoamérica en 1998, antes de que se popularizara por televisión y desde luego, mucho antes de que los adultos se espantaran de miedo. En esos tiempos como otros contemporáneos consumía mucho Club Nintendo, Nintendomanía y posteriormente Cybernet. Pokémon nos llegaba a cuentagotas en forma de rumores, suposiciones, screenshots y nubarrones de información incompleta, como ver la corona espinada de Godzilla elevándose por el horizonte desde Japón. Me emocionaba la idea de coleccionar monstruos sean tiernos o poderosos, enfrentarlos y hacerlos parte de mi imaginativo precoz, un pasatiempo que sólo ejercíamos con tazos, monstruos Sonrics de bolsillo o hielocos. Era agradable coleccionar, intercambiar y admirar las colecciones de los otros. Me gustaba la idea de compartir un hobby inocente con otros.

Había un problema que lo frustraba todo: el juego sería exclusivo para Game Boy. Pocas cosas me han roto el corazón así. El Game Boy era una consola portátil más bien costosa, no sólo por el aparato en sí sino porque para funcionar, exigía el consumo de 4 baterías AA, suministro que para mí era imposible. Aun así pedí un GameBoy a mis padres quienes se negaron irreductiblemente. "Se pasa usted todo el día jugando a eso aquí en la casa y ahora también quiere jugar afuera? Está usted loco. No." Un no que fue como un portazo frente a la dulcería, un no que reverberó en mi cabeza como un "Éstos señores tampoco lo entienden." Me quedé exprimiendo hasta el cansancio noticias, fotos y revistas mensuales sin poder jugar en absoluto durante mucho tiempo.

Un par de años después, ya en secundaria, el taller de computación era un muelle pirata de mercado negro entre los que sabíamos buscar. Ahí escondíamos tesoros clandestinos imposibles de adquirir de otro modo, como discos de Black Metal, juegos flash violentos, música ilegal vía Napster, hentai y por supuesto emuladores. Recuerdo que esa palabra me daba una sensación de hackeo profesional o de videolúdica alternativa, ¿o sea que se puede jugar al Game Boy en la computadora? Sí, ¿Con el teclado? Que sí wey. Increíble. Sólo tenía minutos a la semana para jugar en aquellas obsoletas IBM Windows '95 antes de que el profesor nos emboscara. En esos minutos apreciaba a cada Pidgey, cada sonido monoaural y cada pasito que daba el personaje.

Entonces vino mi gran oportunidad con el anuncio de Pokémon Stadium para el N64. Y yo tenía un N64. Pokémon Stadium prometía, óigalo bien, ver a tus Pokemones animados en 3D, de tu colección a tu pantalla, los podrías ver en todo su esplendor batendo las alas, lanzando fuego, rocas, hielo, por Dios hasta parpadeando. Qué maravilla ver a Blastoise mover sus cañones y disparar un chorrazo de agua letal frente a tus ojos contra un Venusaur agitando su flor dorsal, o admirar la altura rascaciélica de un Onix. Era la real shit.

Lamentablemente, Pokémon Stadium requería que tuvieras tu propio cartucho de GameBoy para poder transferir tus criaturas de sprite en 8bits a su forma 64. Así que pronto me hice de un cartucho version Roja de Pokémon obtenido en las fantásticas llanuras del Pasito 1 sin haber tenido que comprar un Game Boy, burlando con eficacia el preventivo de mis padres.

Pokémon representa pues un triunfo personal desde mis tiernas pubertades, cuando Gus Rodríguez vivía y Alexandra Vicencio me enamoraba. Así pasé mis tardes entrenando y admirando el esplendor de mi equipo, reuniendo como premios a los 3 iniciales, pokemones exclusivos de la versión azul y las codiciadas eevoluciones.

Aquí vino otro revés. Para completar la Pokédex (para poder atraparlos a todos) habían dos o tres pokemones que solo alcanzaban su forma evolucionada al intercambiarlos con otro jugador. Graveler, Machoke y Kadabra fueron para siempre Graveler, Machoke y Kadabra. No sé cuántas veces habré escroleado mi colección desde el #001 hasta el #151, porque inclusive tenía al imposible pokemón #151, y detenerme con melancolía en esos grotescos e ineludibles huecos donde Golem, Machamp y Alakazam deberían aparecer.

Al final nunca pude completar la Pokédex porque alguien, a quien nombraremos simplemente como Ese-pinche-cabronazo-de-mierda-hijo-de-su-reputa-madre-la-concha-que-te-parió-weon-qliao-mmgvo, abrió el juego y borró mi partida en una masacre digital con la que le dio muerte a todos mis pokemones. Mi Raichu nivel 55, mi Articuno, mi Mewtwo, mi Flareon, mi Blastoise, todos ejecutados por un acto cruel sin permiso y que en su lugar dejaría una partida con 11 minutos de avance a nombre de un tal Kenny, con nada más que un miserable Bulbasaur nivel 6 en el inventario. 

No volví a tocar ningún juego de Pokémon hasta años después, ignorando las ediciones siguientes de Gold/Silver, Diamond/Platinum y no sé cuántas generaciones más. Acaso jugué TCG y Pokémon Colesseum que introduce el concepto de los pokemón oscuros; del ánime o de las películas ni hablamos, pues como Ash Ketchum, la animación se quedó congelada en una infancia moralista, con argumentos infantiles y batallas sin riesgo.

Sin embargo continué con mi gusto por Pokémon aunque ahora un poco más discreto. No fue sino hasta la presentación de Pokémon Go cuando me planteé volver a involucrarme del todo en su universo, con la promesa de que gracias a las tecnologías del 2015+, la fantasía de capturar e intercambiar pokemones por todo el mundo sería más tangible.

Doy todo este contexto previo para dejar ver el peso que tiene Pokémon en mi formación de gamer. De paso entender el impacto que tiene Pokémon Go en el mundo y en el entorno con lo que ahora sí, vamos a hablar de ello.



Go Catch, Go Trade, Go Play Together

Pokémon Go (abrev. PoGo) se trató de un fenómeno que impactó tanto a gente que no estaba tan metida con Pokémon, como los que eran entrenadores frustados de antaño, como yo. Se presentaba la opción de usar tu teléfono celular para andar por las calles atrapando, en tiempo real y ubicación física, versiones virtuales de los pokemones que estarían esparcidos por el mundo. El trailer mostraba a miles de personas conviviendo con pokemones salvajes a manera de realidad virtual, intercambiando en los parques usando solo el smartphone, apoderándose de gimnasios y uniendo fuerzas para derrotar a pokemones muy poderosos. La fecha de lanzamiento tentaba mediados del 2016, acompañado de una pulsera bluetooth llamada Go Plus con la que podrías capturar pokemones con solo pulsar un botón en la muñeca. YouTube explotó con especulaciones, hype y beta testings ante lo que como ocurrió 20 años atrás, sería un fenómeno mundial, esta vez sin la tontería del pánico religioso que no quiero abordar para no revelar demasiada estupidez humana. Pokémon Go sería entonces una expansión del mundo que seguía fuerte en sus versiones portátiles, y aunque mecánica y visualmente era más bien inferior a sus contrapartes de consola, el medio parecía ser lo suficiente atractivo como para emular la experiencia de salir a atrapar pokemones por todo el mundo, tal como nada menos que el primerísimo trailer del primerísimo Pokémon sugería desde 1996. 

Pokémon Go insistía en que salieras de tu casa, usaras tus piernas y conocieras tu entorno. Su objetivo desde el trailer de lanzamiento ya te invitaba a hidratarte, ponerte la mochila y salir a que te pegue el fresco. Go Catch, Go Trade, Go Play Together, te encomienda Niantic, equipo encargado de desarrollar el juego, para que vayas por ese Charizard shiny que está por ahí en algún parque, o te acerques a visitar monumentos locales de los que no sabías nada. Este ejercicio de salir a caminar y a recorrer la ciudad con tus amigos ha sido desde siempre la prioridad del juego.

Internet se llenó de screenshots, fanart, memes y referencias del juego e incluso antes de su lanzamiento, ya había gente haciéndose del .apk ilegalmente para poder jugarlo antes de poder jugarlo, acción a la que yo me abstuve sólo por respetar el proceso de algo que para mí era valioso. Pronto empezaron a brotar grupos de personas que se reunían para recorrer las calles y buscar juntos pikachus y squirtles, incluso había gente que se dedicaba específicamente a ser tu chofer personal para llevarte por tus capturas. Todos queríamos jugar Pokémon así. Fue lamentable que Satoru Iwata, cocreador del concepto, falleciera meses antes de ver el impacto que PoGo tendría en el mundo, pero su legado es evidente. 


En su primera presentación, PoGo era una versión lite de la línea principal del juego. De entrada sólo podías atrapar a cierto número de pokemones del primer juego, con la promesa de que en el transcurso de los años se irían revelando más criaturas. No había un sistema de combate, y los intercambios, parte esencial de la idea, aún no estaban listos. Esto desalentó a muchos jugadores primerizos que no fueron pacientes con Niantic; encima, la idea de salir de casa, aunque bien intencionada, era chocante para una generación sedentaria y socialmente incompetente. Aun así el proyecto continuó lanzando actualizaciones, eventos masivos y mejoras de rendimiento. A la fecha que escribo esto todavía faltan muchos pokemones por integrar conforme más juegos de Pokémon se van lanzando, y siempre en cada nota de parche, hay algo interesante que encontrar. Por ejemplo las ligas de combate, intercambios con recompensas extra, interacción con pokeparadas y otras adiciones con las que he visto a la gente regresar, o involucrarse más todavía, cosa que enriquece muchísimo la experiencia.

Yo lo he jugado desde el día uno que la aplicación llegó a los móviles de Latinoamérica. Esta vez mi expediente se guarda en la nube de la omniformación y no habrá sacerdote ni profesor ni Kenny que destruyan mi partida. Dicho esto, 1968 días después, celebro haber llegado al nivel 40 que hasta hace apenas un año era el nivel máximo posible. Hoy este máximo se ha incrementado a nivel 50 con nuevos retos pero yo voy a mi ritmo, con mis triunfos, mis carencias, y mis propias maneras de jugarlo.

Por ejemplo, tomé la decisión irrevocable de nunca ser un jugador fly. Esto es, engañar al gps del teléfono para hacerle creer al juego que estás en cualquier parte del mundo y así atrapar pokemones exclusivos, participar en una docena de incursiones a distancia o intercambiar pokemones desde el inodoro. Respetando a quien lo hace, a mí esto me parece deshonesto y por todas partes tramposo, aunque el método natural sea lento o muy complicado. Creo que el esfuerzo de salir a buscar es lo que le da valor a la colección y se disfruta mucho más hacerte de un pokémon rarísimo o agradecerle a un amigo que te traiga un pokemon de Francia, o ver por primera vez a un Tauros salvaje. Cada uno tiene sus prioridades desde luego, y no puedo yo decirle a nadie cómo jugar su PoGo así como nadie puede a mí decírmelo. Ciertamente me he quebrado la cabeza ordenando a mis pokemones según las ciudades donde los he ido atrapando, y como no salto de gimnasio en gimnasio no tengo a los más poderosos entre los más poderosos, en consecuencia soy más bien mediocre en los combates, pero disfruto muchísimo de todos estos retos, disfruto salir a caminar y andar en grupo, celebro cada intercambio, cada incursión, cada shiny, en fin, jugar al juego como Satoru lo había intencionado.

Pero entonces, cuando ya andaba por ahí en nivel 34, ocurrió algo inesperado en todo el mundo que no me lo van a creer. 

Surgió la pandemia y con ello, la intención de Satoru se vio menguada. No salir de casa contradecía directamente a la mecánica del juego y era muy frustrante no poder intercambiar con mis amigos o hacer incursiones al centro. Mi mochila se fue empolvando con pokemones para intercambiar que poco a poco me iban estorbando, mientras veía a los Lugias ir y venir por la ventana. Nada de comunity days, nada de monedas obtenidas por defender gimnasios, nada de reunirnos a combatir en catedral. Luego de un buen tiempo de no atrapar nada más que lo que saltara en mi cuarto, dejé de jugarlo casi por completo.

Sin duda esta misma experiencia tuvieron muchos entrenadores, porque cuando cambiamos a semáforo mandarina-mostaza-bermellón-magenta-carmesí, y a pesar de los esfuerzos y regalos de Niantic para mantener a los jugadores activos, ya casi nadie lo estaba jugando. No tenía mérito jugar desde casa y pronto se hicieron memes sobre dead game y obsolencia que pronto también me dejaría mermado. 



Casi un año más tarde retomé el juego, una mañana que por curiosidad abrí la aplicación y vi esas actualizaciones, eventos que me había perdido, Community days que me pasaron de noche. Pronto me pegó la nostalgia que he descrito antes. Vi que habían nuevas características, nuevos pokemones y que realmente no estaba tan lejos del nivel 40 como pensaba. Así que una vez más, me giré la gorra, saqué mi cubrebocas y me propuse a continuar lo emprendido 5 años atrás, cumpliéndolo el día 23 de diciembre del 2021.







¿Qué sigue para llegar al nivel 50? La inclusión de este level cap trajo un problemón con los caramelos XL, requeridos para que tu pokemón siga subiendo de nivel junto contigo. Honestamente dudo que pueda invertir caramelos XL en cada uno de ellos porque exigen mucho grindeo pero haré lo posible, checando listas de rankings y cuidando en quién los invierto. Muchos de mis pokémon élite no son prioridad para maxear y en muchos casos lo hice por atravancado, aunque no me arrepiento de ninguno.

De momento mis siguientes objetivos, además de seguir mejorando a mis pokemones es capturarlos por todas las ciudades posibles, con la idea de tener toda la pokedex armada con pokemones de diferentes ciudades cada uno. Ya he pensado en comprar un RV y rodar por México al menos, capturando todo lo que pueda hasta tener todos de diferentes ciudades. Espero poder hacerlo algún día.