terça-feira, 18 de março de 2014

The Stick of Truth o La verdad al palo

South Park at its best.

Jugados los primeros minutos, descubrí que todo el universo de South Park se reduce a esto: Un callado pueblo en la montaña donde ocurre absolutamente todo, sin restricciones de ficción, sin miedo a lo agresivo, la diversión a partir del sarcasmo para gente que se acepta a sí misma como una víctima del absurdo.

The Stick of Truth es un juego que suma todas las críticas sociales en un sistema también incluido en esa crítica. El RPG no es más que niños simulando ser héroes y de eso se trata este juego y todos los juegos del mundo. Somos niños en un universo más grande que nosotros, nos dice South Park, y la gente alrededor es tan estúpida que nos sentimos en perfecta armonía con ellos.

No hace falta que Trey Parker y Matt Stone nos digan que el mundo está hecho mierda para que nos demos cuenta de ello. Les basta revelarlo como tal, a manera de teatro, para que el espectador avispado entienda que nos estamos burlando de todos, hasta de nosotros mismos. Fue suficiente poner todos los banners de la escuela en tipografía Comic Sans para dejar en claro que la educación es incompetente. El enemigo a vencer son los zombies nazi, no por zombies o por nazis, sino por el sobreuso que tienen, y eso es lo que hay que derrotar en realidad, no a los zombies nazis, sino al sobreuso de los zombies nazis. En otro afortunado acierto, la alcaldeza te pide que asesines a todos los indigentes para que no haya pobreza en el pueblo y la gente vea lo cálida y progresista del lugar, muy al estilo del viejo Vlad Tepes.
No se trata pues de vencer dragones, zombies o elfos, se trata de vencer las falsas ilusiones de ser héroe para en su lugar, saberse falso ilusionado de ser héroe, y entonces jugar con ello. Disfrutarse en ello.

South Park aprovecha las ganas que tenemos cada aficionado a la serie de convivir con estos niños limpiamente contaminados y nos posiciona ahí, en el centro del todo: El patio de Eric Cartman y su infantil infamia, con un Butters siendo Butters contigo, un Randy Marsh que te observa en calzoncillos desde su sofá, y un grupo de niñas hipócritas como todas las niñas con las que hemos tratado. Así, South Park sale de la convención RPG y te pone en las manos un dildo que hace las veces de espada, o un casco de americano magnífico como nada en el universo. El juego de la pretensión es de lo que The Stick of Truth se trata al tiempo que aprovecha los recursos de la serie para catapultar problemas y poderes. Genialidad tras otra, las quests en The Stick of Truth son nimiedades de patio, pero también son afectadas por abortos, sexo homosexual, ignorancia religiosa y estupidez del gobierno. Con todo ello construyen su universo Kenny, Stan, Jimmy, Kyle, Butters, Craig, Token, Wendy, Randy y uno mismo.




The Stick of Truth también me hizo pensar en la censura al videojuego, desde aquel ridículo recuadro de 2x1.5 advirtiendo a la audiencia dirigida. No imagino este juego antes de lo que hizo Conker's Bad Fur Day con todo y las reglas que tuvo para venderse (todavía recuerdo que en el mostrador el gringo me preguntaba varias veces si tenía yo 17 años... ¡En una tienda donde se venden juegos!). La salida de este juego me hizo entender que la industria ha dado un paso gigantesco a espaldas de los padres de familia que tanto se han desentendido que no les importa ya lo que hace 10 años se renegaba de Medal of Honor, Goldeneye, Resident Evil y otros ejemplos de violencia. Quizá sea porque luego de tanto tiempo, se demostró ya que, efectivamente, dicha violencia es inofensiva y por tanto ya no importa. The Stick of Truth no pudo haberse publicado con esos estigmas en vigor, y aunque está dedicado a una audiencia madura, no será por la violencia o por lo explícito de sus escenas, sino porque hay que entender las referencias de frontera, foreplay, racismo e historia para abarcar de punto a punto la intención verdadera del juego y de la serie: la mofa pura y obscena de la raza humana.

Visualmente, el juego es un episodio de la serie al 100% con la ventaja de interactuar totalmente con lo que ocurre y se dice dentro de la pantalla. A esto me refería cuando digo que South Park se volca a esa resultante, conocer de piel viva a los personajes como si fueran amigos de barrio, entrar a sus casas, fisgonear en sus armarios, tratar con los góticos y hacer un motín en su escuela. Quizá esta interactividad con el universo de South Park, junto con la burla sutil y explícita de absolutamente todo, fue lo que más disfruté de este juego. Aplaudo el gran empeño que se puso a los detalles, voces, situaciones y diseños a The Stick of Truth, que si bien no es el mejor juego de RPG, sí que es el mejor ejemplo de jugar un juego con, contra, por y pese a todo lo que nos rodea.


segunda-feira, 10 de março de 2014

Poema para nadie

Cometí la tontería de quedarme despierto frente a un televisor averiado.
La imagen, quemada por la luz gris del sábado y del domingo
granulaba una bestia salada
blanca y negra que alzaba su mano
queriendo tocar mi sustento.
Y abrí los ojos porque era tanto el vidrio que saltaba
lo vi todo con trazos rojos en la cara
y dolían porque eran mi cara.

Me llevé las manos a la boca
antes pegajosa y abierta
por el dulce que tanto trabajo me había costado.
Todo tuvo sal entonces:
salada mi mano que se desprendía
salado el camino a casa
salada la casa.
Sal entre los dientes míos y tuyos
dientes salados.
Salado el café, salado el botón que enciende el día
salado algo que ella dijo
salados sus pechos que no hace ni tres días devoraba
en vestidos de arlequina roja.
Salada su boca viva, roja, sabora,
De sal su cualquier palabra y todo el cabello hasta los hombros
saladas mis ladillas, tus ladillas y sus ladillas.
Y Ginsberg y Kerouac y Lispector
y las bragas ahogadas por el sudor del sexo sin mi sexo
borrachos que se desviaban de casa para sepultarse en el mar
entre barcos también hundidos
como otras promesas perforadas.
Sal, muchísima sal en la madre espantada por la sal que se devoraba a su hija.
Sal en el camino, en el fado de cada portuguesa intacta.
Sal que no volvería a llamar jamás.

Qué orgulloso estaba el monstruo de su domingo cualquiera.
Dormido en sus dunas perfectas de mirador y soberano
donde tanta gente como otra gente ya está hundida
por su virus blanco
(¿en dónde te embarró su virus blanco?)
su aburrimiento y tu aburrimiento
dormidos todos los futuros mientras la sal te caía en la cara.

Luego la pregunta tonta
de que si me enoja la sal

que ha corroído al mundo.